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Nocturno destello

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Vida. Soledad. Verdad. Hallar respuestas. Muchas veces indescifrables. Infructuoso plantearse dudas. Infructuoso cuestionarse hoy. Sin embargo, lo hacía, no lograba evadirse. De pie, ante el desvelado cristal del ventanal, capturaba la imagen difusa del parque anochecido, divisada desde su cómodo salón desaprovechado, amplio. La soledad lo envolvía. Un destello de luz englobaba las inmediaciones, permitía adivinar el verdeante estallido veraniego, la distorsión rojiza del avanzado atardecer. Todavía podía distinguir algún que otro sendero empedrado cruzando hacia el norte, al brillo de las blancas piedrecillas que los cubrían, atravesando centenarias coníferas de ásperos troncos, delgados alerces de estrelladas hojas. Enseñoreados eucaliptus tanto o más longevos, perfumando el tibio airecillo. El cristal entreabierto del ventanal le acercaba fuertes aromas. Arbustos coloridos, desarrollándose atrevidos, libres, palpitando belleza. La naturaleza entera estallando plena. Se perdía en ell
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  ¿Adónde se fueron las vividas horas? Alguna vez existieron. Movilizaron nuestros fervorosos deseos. Nos condujeron de la mano hacia sutiles anhelos. Nos acompañaron en días festivos, noches deplorables. Formaron a nuestro alrededor laberínticos momentos, desenredados tiempos ilimitados. Asolaron íntimos sentires. Deshilvanaron cantares de dulces glorias. Nos mostraron que todo es uno, uno es nada. Siempre no es por siempre. Mañana, desplegarán incógnitas. Volverán a pertenecernos en amaneceres flamantes.

Peregrino mágico

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Las altas montañas, apenas invisible cerco tras la niebla. Rodean la ciudad provinciana, desordenada, convulsionada. El tumultuoso gentío la aprisiona, desasea, transita descuidado. Desconcertante vaivén. Confuso estilo de las grandes urbes. El sol abraza sobre el mediodía las estrechas callejas. Abraza escondrijos, humanidades. Abraza maloliente inmundicia. Por momentos, abarca encantadores rincones de viejo estilo, entornos de alto vuelo. Desde el horizonte más cercano asoma el terciopelo parduzco de encadenadas cuestas bajas. Más allá, mucho más allá, asombrada, detengo la mirada sobre los versátiles montes. Lentamente, reemprendo el camino ensimismada, transito sendas a paso cansino. Las reflexiones no me conducen a sitio cierto. El brillo caliente cierra mis ojos, los reabro ante la sombreada esquina. Otras realidades recriminan, movilizan. El descuido, el abandono, la omisión, el menosprecio aturden por doquier. Tal que si a nadie importara alcanzar mejor destino. El próximo reco

El gran don

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Elegir una palabra. Alguna vez lo hice. Se desprende de mí una breve cascada de letras que repetí en un par de ocasiones. De ella nace mi elección. Amistad. Significa mucho más para mí que lo que alcanzo a describir. Amistad, abnegado don, entregado a quienes sienten, conocen su valía. Sólo quienes saben oír, quienes son receptivos, honestos, quienes aceptan con sincero afecto participativo, con generosidad respetuosa, brindándose plenamente, lograrán saborear la dulce dádiva que dispensa la vida, inefable regalo, precioso, preciado como la más valiosa joya. Amistad indestructible a pesar de las sinrazones, de los recíprocos desencuentros. Siempre primará más allá de todo, la primera mirada comprensiva del primer encuentro. Las primeras confidencias saboreadas, los secretos mutuamente preservados. El afecto indemne, solidario. Valoré amorosamente los signos valiosos de los claros sentimientos, los que dieron a mi existencia una senda inestimable, el compartir desprendido, diario, de qu
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  Rueda la rueda refulgentes giros. Arco iris, esconde tesoros inauditos. Nacer, vivir. Atesorar bien, paz, aciertos. Encubrir daños, errores. Puertas abiertas, cerradas algunas. Laberintos oscuros. Túneles orientan hacia infinitos cielos azulinos. Caídas, elevaciones. Perdidos infiernos, recuperados sueños. Ser hoy. Mañana perderse, volver a reencontrarse. Acaso renacer siempre.
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  Diminutos, agitados, aleteos verdes azulinos. Recorren pequeños capullos coloridos. Bello saltimbanqui. Hurga su afilado pico el interior rojizo, busca sustento, dulzor. Lo acoge la entreabierta belleza de la flor rendida a su inexcusable, apremiante deseo. No será única búsqueda. No será única entrega. Irá, urgido, de rama en rama, de flor en flor. De tanto en tanto, reposará su ingenuo ardor.
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  Sauce criollo, relumbrada melena. Movedizas imágenes doradas, iluminan los cristales del ventanal día a día. Mañanas lluviosas vestidas de oro, remedando al sol sobre el delgado tronco. Embellecido rincón veraniego. Áurea llovizna otoñal esparcida dondequiera. Asombrará en primavera su renovada iridiscencia.

Cuenta cuentos

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¿Hacia dónde voy? Quizás sepa responder mis interiores demandas. Vuelvo al ayer y desde allí voy al encuentro de mi verdad. Desde niña, después del almuerzo, me sentaba en el descanso gastado de la escalera que conducía a la terraza de la humilde casa del abuelo materno, a leer, fabular. Mi abuelo sin sonrisas. Mi abuelo todavía fuerte, juvenil. Escondía la tristeza provocada por su obligada soledad. Imponía distancia, encubría temores, esos que el horror de la guerra inducía a desmembrar familias. Su mujer, parte de sus hijos asolados por el espanto, más allá del océano, separados por circunstancias imprevisibles. Al atardecer, sentado en su baja silla, al amparo del tupido parral cargado de uvas que cubría el patio, inmóvil, velada su mirada azul tras el humo de su pipa. Mitad de la familia aquí, liderada por él. El resto, la abuela, los jóvenes tíos, perdidos en un mundo inalcanzable que nosotros soñábamos en sueños no contados, padecidos. Así, cada domingo nos reuníamos junto a él,

Carta al ayer

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Querida amiga: Esta noche, desde este largo ciclo vital, quiero enviarte esta carta. No voy a nombrarte, estás en mi desde siempre. Tu nombre fue mío, tan en mi estabas. El mío fue tuyo, tan en ti me llevabas. Nacimos juntas sin ser hermanas. Dimos trémulos pasos a lo largo de cortos caminos, guiadas por suaves manos. Reímos a la vez primitivas risas inocentes. Acompañándonos anduvimos largos días. Confabulábamos en baja voz, nos confiamos las entonces extrañas adolecidas sensaciones Crecimos. Construimos nuestras vidas. Dimos lugar a nuevas amistades, nuevos variados sentimientos. Algunos compartidos. Juventud. Madurez. Alumbramos hijos. Ellos participaron de nuestras cotidianas realidades. Supieron de nuestra acertada hermandad escoltando nuestros diversos rumbos. No es esta la vez primera que escribo y te escribo sobre nuestra entrelazada historia. Existe, en otras páginas, un breve relato que te menciona. Sin embargo, hoy vuelvo a sentir la necesidad de tenerte más cerca, La necesi

Primitivos ancestros

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La tierra madre fructifica en vida abundante. Sus moradores trepan, se arrastran, procrean, crecen. Vegetación intrincada derramándose a orillas de encrespadas aguas que no les permiten conocer qué hay más allá de esa bola de fuego que desde lo alto va hundiéndose donde nada es nada. El desconoce su nombre, sólo sabe que esa fuerza ilumina sus caminos largamente. Sabe, además, que cuando así ella lo disponga, se alejará de él, de sus iguales, poco a poco hasta sumirlos en aquello que no les permitirá reconocerse ni reconocer sus alrededores. Lo aterra su desaparición, sin ella todo se desvanece. Su presencia le es necesaria, lo ayuda a vigilar, existir. A controlar las extrañas criaturas que propagan roncos sonidos, acechándolos desde lo desconocido. Su sentido de la subsistencia lo hará esperarla ansioso. No tardará en regresar, siempre vuelve y con ella la seguridad. Allí está, una vez más alzándose lentamente, fuego lejano, les permitirá gozar de intensa luminosidad, errar por diver
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  ¿Qué dirá el poeta de mi decir confuso? ¿De mis andanzas vacilantes? De esta perpleja forma de zozobrar entre letras, frases, decir ambiguo, pocas veces certero. Cómo osar acceder a tamaño entendimiento, si apenas deambulo por desérticas orillas.
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  Otoño. Belleza cambiante. Pinceladas difusas, entregados tonos ocre, vehementes amarillos, áureos morados, desairados verdes. Otoño. Belleza en la piel del que sonríe.

Lo innegable

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De allí soy, de allí vengo. Desde la llanura pampeana transformada en caótica urbe, a veces expectante, generosa, por demás incierta, dura, portentosa en bienes. Atractivos palacios, legado de otras tierras. Torres edilicias modernas. Enjoyados escaparates ofreciendo lo inalcanzable para la expectante mayoría laboriosa que recorre sus calles. Gran metrópoli encubridora de pobrezas vergonzosas a los pies de magníficas construcciones centenarias rodeadas de sucias recovas que albergan dolientes, nocturnas miserias humanas cobijadas debajo de húmedos cartones, amparados en malolientes rincones fruto de esparcidos orines. Humana degradación ciudadana que forma parte de esa singular mezcla, opulencia que atrae, indigencia que repele. Puerto abierto al mundo. De allí soy, de allí vengo. Desciendo a orillas del Plata, río leonino ondeando hacia el ancho, remoto horizonte. Cabalgando muchas veces en pos de orillas pedregosas, según entonados vientos. Huyo de aquello que no puedo modificar, tam

La bruma

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  Ceniciento atardecer, cerros desvaídos. Oculto verdor. Ocultos delgados hilados cristalinos, precipitadas vertientes nacidas de transparentes deshielos, de vehementes lluvias. Ocultas grietas, milenarias piedras. Tras la bruma, la humana ceguera. Silencio adormeciendo oídos, voces, energía. Gigantes embozados en la noche, desperezan anchuras, desvelándose al amanecer, lumbreras renovadas, reclamando encuentros, atenta presencia. Despierta un día más. Pierde poderío la niebla, vence el terso aire sereno. Desigual imagen cerril, engrandecida hermosura, apariencia mudada, límpida. Terciopelo esmeraldas cubren laderas, ondulan en sus faldas doradas luces. Alumbran desniveles áureos. Otro es el hoy, otra la claridad que todo lo contiene. Empero, siendo que nada es permanente, inmutable apariencia, la bruma será renovada señora de lo oculto, cercará perseverante lo que el ayer develó.

A Ini

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Tu elección Viniste a completar nuestra vida. A enseñarnos a ser. A ser con nosotros. No te buscamos. No te elegimos. No te convocamos. Tu nos escogiste. Tu entraste en nosotros, abriste nuestras puertas. Ocupaste tu ilimitado espacio constante, dinámico, luminoso. Fueron tuyos los primeros infantiles modos de expresarte, de sacudirnos íntimamente. Tuyo el lenguaje inventado que nos acercó a tu verdad, a tus tiempos acertados, a la memoria sin memoria. Progresabas en edad, en saber. Nosotros a tu vera. Fuiste existencia fortalecida en cada gesto, en cada aleteo. Nos los entregabas entero. Nos acercabas a tus realidades, a tus escondidas emociones, las que no hallaban la fácil ruta de tu decir interior. La silenciosa fuerza aumentaba en ti poco a poco, estallaba convertida en gozo, confusión, turbada dicción. Animado vigor intrínseco que conducía tu silente sabiduría, los logros maravillosos de tu entendimiento. Logros de tal fortuna, que fue inevitable no entenderte, no sentirte, no am
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Hiende el aire ronca sirena. La nave despliega surcos leoninos, rasga el ancho río, aguas dulces, nombre de plata.
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Retozan nubes sobre el azul. Delira la mar. Patagonia, viste su manto de arena, sal, áspera hierba seca, polvo y más polvo. Escondidos habitantes asoman inquietos en las altas mesetas. Otros audaces, sobrevuelan raudos, inauditas lejanías. Patagonia, entona cánticos penosos, ruda esperanza. Recupera grises temples, Regresa a las bienaventuranzas.

A Cristina

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Orgullosa ternura Noche recogida en imaginados, posibles refugios. Retrotrae al pasado, transporta a aquel domingo soleado de la infancia. Cierta tarde calurosa. Ciertos aullidos maternos semejantes a tempestades, prediciendo tiernos llantos, vida amanecida, tibia. Llegaste. Bella, rolliza, abiertos ojos oscuros iluminando mejillas de inconcebible rojo en piel alguna. Entré en el recinto prohibido. Todavía resonaban quejidos, aromaban extrañas mezclas de olores difusos. No dejé que nadie me detuviera, arrasé con las protestas, profeticé vientos patagónicos. Te tomé de los brazos de tu madre. Ella me regaló su sonrisa cansada, permitió confiada mi infantil audacia. Te sostuve cuidadosa, delicada reliquia, en los míos de niña firme. Me enseñoreé de tu tibieza atrapada contra mi pecho. Crucé la puerta, dejé atrás lamentos. Te acuné a lo largo del patio de la vieja casa del viejo barrio, ignorando las miradas atentas, extrañas, de aquellos que creían poseer derechos que en ese instante sól
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  Inquietos ecos, insistentes graznidos en lontananza. Verde melena agitándose tenue, perfumada brisa. Desmadejado, voluptuoso nubarrón, deshaciéndose lejos. Truenos rugientes, preceden lluvias. Advierten mutaciones.

La biblioteca

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Fue un atardecer como el de hoy, gris con trazas de añil desvaído. Soñaba con recuperar los días vividos, los descubrimientos audaces, las encantadas sendas, volver sobre los tímidos primeros pasos dados en tu santuario. Entonces, venía del desencuentro, del desarraigo. Necesitaba tropezar con el abrazo, con la bienvenida. Me recibió el amplio espacio donde habitaba el silencio, las desvanecidas presencias del ayer, me acogieron ilusiones plasmadas en amarillento papel, grandilocuentes nombres, los de aquellos que traspasaran la desdibujada línea de la primordial huella, el derecho al justo premio, a sobresalir empolvados desde las repletas estanterías de dura madera oscura, contenidos hijos en senos maternos. Apoyados en paredes cargadas de fantasías, de realidades. Ocultas paredes, desaparecidas detrás de cientos y cientos de libros, viejos, jóvenes libros. La biblioteca. Un hallazgo esencial. Su olor, el inconfundible aroma a papel sobado. Singular aroma, definitiva mixtura de alien

A Piti

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  Apareciste. Fuiste tierna compañía, ronroneada entrega. Pelaje mixto, pardo, naranja, blanco, negro. Maullabas dulce. Te acunaron nuestros brazos, desde ellos partiste. Nuestro mutuo amor desconoció el adiós. Aún hoy, mansa, ronroneas.

Legítima esencia

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El día anterior, incongruente. Lo condujo por momentos escarpados. Vagó de un lugar a otro, de tarea en tarea, obligándose a ocupar cada instante de cada hora. La ansiedad no debía devorarlo. El temor a lo indefinido desaparecía merced al movimiento obligado. Aferrado a realidades que probablemente sólo él suponía posibles, simplemente porque las necesitaba, porque las sabía suyas. Parte de aquellas absurdas consideraciones las dedicó a descargar fuertes pinceladas sobre la tela que llevaba semanas sin dar por terminada. Este ocre aquí, aquel rojo diluido sobre el ángulo derecho, el oscuro azul abarcando el rincón escondido. La basta tela, precisa, destellando colores. Desde su interior trepaban a su mano impulsos, pesares, pasiones, plasmando asombros. Sabía que aquél era un buen trabajo, maduro, una de sus mejores obras, en la que depositara además osada desmesura, la consumación de su ser, el tesón de cada minuto entregado a la realidad abrazadora que solamente él percibía. Acaso fu

Místico adiós

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Negro pelo, acercándose libre, devolviendo afecto. Acaso fue tu adiós. Husmeabas atrevido nuestras quietas rodillas, brillante lomo ondeado, estilizadas patas. Nos rodeaste, amoroso saludo. Nuestra humana piel te reconoció. No dudamos. Fuiste tú, encarnada poetiza. Regresaste a tu cita, la de cada viernes. Regresaste a nosotras, nos acompañaste un poco más. Nos reconociste. Nos premiaste. No fue don para todos. Sólo nosotras dos advertimos tu encubierta presencia. Místico descubrimiento, erizada piel.

Regreso

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Imposible olvidar la luz del espléndido amanecer benigno. No fue lo anhelado. Ni para ti ni para mí. Fue. Es. Llevábamos el peso de las horas compartidas, la interminable caminata de meses inciertos. La cabalgata inquieta de los escurridizos años que sumaron tiempo. Corrimos bajo la lluvia huyendo a los miedos. Nos deslizamos debajo de las sábanas pulcras que alejaron el engreído estío sólo por un momento. Acunamos delirios, trastabillamos en los sueños. Avanzamos en soledad, pesados, queriendo no querer, deseando no desear. Regresar con el regreso. Acariciar luces en los inquietos ojos. Reír la risa que recuperamos con el viento. Revivir el abrazo que se quedó en los días muertos. Recobrar atinados bríos, sumar andares firmes. Tener el valor exaltado, suficiente para comenzar una vez más. La sabiduría necesaria para silenciar escrúpulos, torpezas, el pasado. Descubrir en las venideras horas el alborear dócil. Reconocer que volvemos a ser uno, como uno es el aliento lozano que suscitó
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  Paloma ciudadana, sucio batir de alas, ojuelos tristes. Viento huracanado, deshoja flores, marchita frutos nuevos. La lluvia hiede, su aliento recorre calles infectas.

Niña mujer

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Días nuevos, cielos multicolores presagiando lo impredecible. Impulsos jóvenes, inconscientes, volubles, alzados en pos de triunfantes veleidades. Adolescencia. Adolecer. Su corta existencia todavía abrigaba recuerdos infantiles, ansiedades amanecidas, metas incansables. Rebeliones ocultas tras el desorden de sus días expresadas en aparentes nimiedades, el desorden en su habitación, en sus pertenencias, en la tajante respuesta siempre pronta a brotar como lava ardiente, instante a instante. Exabrupto no calculado estallando pueril, ante las correcciones que los demás suponían justas, lanzadas al viento de lo impensado. Tal como sucediera ese atardecer veraniego sofocante, durante la cena recién servida. La pregunta inesperada indujo al encono inesperado, provocó interrogantes en las miradas inquietas del entorno familiar. Silenciosos buscaban encontrar sus huidizos ojos, ocultos detrás de cada bocado, perdidos en desmenuzar los pocos alimentos con calculado asco. Su tozuda cabeza incli
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Nublado atardecer, anuncia destemplanza. Huyen gorriones. Pétalos rojos vuelan mansamente, perfuman rincones. Clavel del aire aferrado a la débil rama, vence al viento.

Aquí y ahora

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La aeronave debía partir en dos horas. La sala de embarque, como todas las de todos los aeropuertos del mundo, atestada. Regresos. Partidas. Infatigable ir y venir de viajeros. Hombres, mujeres, niños, jóvenes exaltados. Edades diversas, rostros inimitables, idiomas para muchos incomprensibles. Múltiples colores arropando cuerpos, nadie igual a nadie. Espaldas soportando el peso excesivo de bolsos, brazos arrastrando maletas. Diversidad. Algunos, reclinados pacientes en los asientos dispuestos en el recinto amplio, acristalado. Otros, sentados sobre el pavimento, cruzando rodillas, alargando piernas, según cada quién. Fijaban sus miradas abstraídos en la luminosidad que los conectaba con el resto del entorno. La mujer corría detrás del inquieto niño. Renovable gama de seres que desasosegados, serenos, apresurados, pululaban de un lugar a otro en busca de respuestas, de certezas. Las vibraciones inconfundibles de los motores durante la ascensión, el aterrizaje, encubrían temores, encend
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Canta el jilguero cristalina tonadas mañanera La blanca flor entrega sus pétalos. Verano ardiente. Ríe la brisa, despeina risos, alivia ansias. El surco generoso ahonda sus entrañas, recibe vida.

Nuevo rumbo

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Caminaba lentamente, evitaba el regreso al pretendido hogar. Recorría el parque ensimismado, la mirada perdida en los recodos del angosto sendero. La grava crepitaba debajo de sus pies, alertando. Lo acompañaban los sonidos pausados de la torcaza, el insistente trino de los pájaros. El cadencioso canto del benteveo confundido con el aleteo presuroso de las aves buscando refugio, reposo en los viejos árboles que alcanzaban alturas formidables, exuberante follaje del verano pleno. La brisa medrosa ondulaba apenas las disímiles hojas verdes, algunas moteadas de oro, otras escarlata. El atardecer instaba al sosiego. Las discusiones, la animosidad desplegada en los últimos tiempos por la mujer, lo sumergió en esa extraña calma que no lograba desentrañar, tampoco deseaba justificar. Estéril reconocer motivaciones. El almibarado diálogo que ella intentara en variadas ocasiones, reforzado especialmente en las primeras horas de esa esperada mañana, fomentaba embustes que sólo engañaban su ego,
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La lluvia perezosa restaña las heridas de la agotada tierra. El vientecillo juega, eriza las aguas quietas de la laguna. Diminutos seres, habitantes ignorados, pueblan charcos.
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  Diamantes infinitos refulgen en la noche. Oriente suspira. Amanecer insomne. Morados nubarrones diseñan fantasías.  

General Belgrano

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  Ayer te soñé. Primer verano. Poco después, otoño. Soñé la tierra, el esplendor de la arboleda, el jardín colmado de frutos, de flores rojas y blancas. El césped verde brillante rodeaba la casa. Sueño dorado que el Creador nos regalara. Te soñé invierno avanzado, cobijados a la lumbre de la leña encendida en la salamandra. Leña recogida entre raíces de álamos y añosos laureles, andando las calles del pueblo cubiertas de pedregullo y hierba, calles adormecidas por largas siestas, generosas en aromas tibios, cobijadas en radiante, celeste infinito. El Salado, plata y oro, según mediara la sombra escasa de los plátanos, irisadas sus aguas por el insistente viento sureño, acariciaba orillas, discurría campo abajo. Trinos, relinchos, mugidos, melancólicos cantos de torcazas. Llamados, algunos cercanos, otros apagados, atravesaban lejanos pastoreos, sembrados. La tarde derrochaba sol, coloridos diversos, mitigaba frío. Moradas protegidas por vetustas arboledas de anchos troncos casi eternos

El destello

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Allá, a lo lejos, el horizonte, inmaculado azul celeste. Aquí, hace algún tiempo, el regreso que apuntaló el error. Allá, a lo lejos y hace algún tiempo, la decisión equivocada, el paso inseguro, sin vuelta atrás. Aquél que todo lo tenía, aquél que por primera vez todo lo alcanzaba, todo lo perdió. Inútil las constantes preguntas expresadas, a veces en alta voz, en la penumbra de tu cuarto. Inútil indagar en el rincón escondido en algún lugar de tus pensamientos. Inútil andar y andar calles, cruzar esquinas, esquivar charcos, nada repara el error. El tiempo no lo mitiga, la certeza no lo anula, enfrentarlo no vale, mucho menos olvidarlo. Allí está, refulgiendo entre cenizas, alumbrando confusión. Allí estará por siempre en lo oculto del ser. Será presencia en la ausencia. Reproche en la sinrazón. Implacable, siempre la pregunta sin respuesta. Y sin embargo... En medio de lo irremediable, un destello en la noche, tibio rayo de sol en la mañana, acariciándote. La amplia senda te incita e

Fidelidad

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   A María Cristina Fidelidad Soñar despierta. Andar sin rumbo preciso por las callejuelas de la infancia. Compartimos la soledad tranquila del barrio, adormecidas siestas, aromos en flor. Fuiste dulce mensajera, la puerta golpeabas con pequeños, firmes puños, invitando al encuentro. Amiga, inquieta amiga, juntas dimos los pasos primeros, murmuramos las primeras palabras, juntas entramos de la mano a la niñez protegida. Compartimos casas, recorrimos patios, galerías, nuestras casas. Descubrimos juguetes de ojalata. Cantamos a gritos, la imaginación desatada. Saltamos a la cuerda, tocándonos a la mancha. Jugamos a las escondidas no tan acertadas. A la ronda, ronda, de la ronda mansa, a la prenda, prenda, que en el centro nos plantaba, soportando burlonas risas, de rojo las mejillas, timidez en la sonrisa. Unidas en la atropellada carrera, las rodillas arañadas, el viento levantaba nuestras faldas. Llegábamos sin aliento no más allá de tu puerta o de la mía. Tu puerta, tu casa, fue mía.

Testarudez

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  A Juan y Marita Testarudez Bendita testarudez. Bendita. Gracias a ella anduvieron rutas intransitables, sortearon caminos desérticos, cruzaron arroyos tumultuosos, generosos sembradíos. Ascendieron a alturas inauditas. Sobrevolaron ajenos continentes, océanos profundos. Descansaron sus pies firmes sobre el escalón primero de la primera escala en tierra habitada. Recorrieron recios, seguros, la probada trayectoria de sus sueños cumplidos. Trastabillaron muchas veces ante inesperadas dudas. Atravesaron fronteras de mundos inexplorados, sus íntimas fronteras. Bendita testarudez. Bendita. Ella los guio hacia aquello que son, aquello que intentan, aquello que en sueño proyectan. Aquello que nunca dejaran se pierda. Bendita testarudez. Bendita. Ella los guio hacia su esencia.
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Al atardecer, loros en la barranca vuelan ruidosos. Ronda de aves vigilando polluelos, profundos nidos. Llega el guardián. Prevenida bandada, vida a su paso.

Destino

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Amarrados a un destino. ¿Así es? ¿Amarrados al devenir de las horas, días, meses, tiempo sin tiempo? ¿Qué es, quizás, el destino sino aquello que estamos dispuestos a construir? Tal vez destino es lo que hacemos de nosotros mismos, de nuestra libertad que en libre albedrío nos fue dada para sumar paz o restar ignotas guerras, crear afectos sinceros o eternos desconsuelos. Arriesgar generosidad impensada o aridez renovada. Elegir alegres cantos, alejando ocultas lágrimas. Quizás sea transitar la ruta de los tumultos interiores, valorando humildad, coherencia, serena sabiduría, eligiendo bendecir, desoyendo rencores. ¿Cuánto más es construir nuestro destino? ¿Cuánto más es aceptar, saber, que no existen los designios? Tanto más, que, nadie, y mucho menos esto que escribo, es verdad absoluta que describa al destino. Vida, en libertad, se recorren tus caminos.
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  Las hojas caen despojando al fresno de su lozanía. Renovándose, renacen tejidos sueños, oculto ayer.
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  Leer poemas descubriendo al poeta en sus cánticos. Gozar el fluir de la bella poesía alumbrándonos.

Lo que no fue

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Esas cosas que me alejan de ti, extraño ser fraterno. ¿Cuáles fueron? ¿Cuáles son? Un mundo y nada. Lo que no fue y es. Las incumplidas falacias que los resbaladizos caminos transitados lograron apartar de la existencia incompleta. Lo bueno, lo malo. La tejida, intrincada red de desaciertos. El desconocimiento absoluto de la certeza que esquivabas, que aún esquivas. Lo que no aceptaste, no aceptas y sistemáticamente niegas. Tus desesperados esfuerzos por aquilatar la infantil imagen. Aquella a la cual, si te enfrentaras, quebraría en tu alma, delgado cristal, aquello que, con tanto ahínco, inútilmente intentaste conservar. Imagen infantil que a repudiar no te atreves, aunque sí arriesgas depositar sobre robustos hombros ajenos, el insaciable peso de tus inconsistencias. Despojado final al cual, sin advertirlo, te encaminas. Querrá una mano tendida ofrecerte sostén cálido. En ella encontrarás valor para refugiarte, coraje para alcanzar renovado empuje. Acomodo cierto.

Días plenos

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Que nada perturbe tu sueño niño de las ocho lunas navegadas en inquieto silencio. Descansa confiado en tu cálido, expandido nido, cerrados los ojos que desconocen luz y cielo, percibiendo tempranas caricias de quien te acuna en su vientre. De quien con tiernos cánticos, te mece en sus brazos, aún antes de sostenerte en ellos. Imaginándote en sueños. Soñándote apacible. Sonriéndote sin saberlo. Aquietando tiernas ansias en su templada espera. Murmurando dulces nombres que sólo a ti conciernen, que tuyos sólo son y tuyos serán, destinados a cobijarte en sucesivas lunas que alumbrarán tus largos, estrechos senderos, amplios valles. Bendiciendo tus días plenos, tus oscuridades, risas, llantos, errores, tus aciertos.

Flores antiguo

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¿A veces me pregunto quién se llevó mi corazón? Quizás aquella ronda infantil primera, la de la bella farolera. Quizás la colorida calesita girando al ritmo del vals porteño, perdida la inalcanzable sortija. Quizás aquel dibujo que la inquieta maestra apremiaba a entregar. Acaso fuera el impensado traslado que nos obligaba a abandonar infantiles apegos, dejar en el olvido que nunca fue tal, la casona vieja del Flores antiguo. Tal vez aquel singular principiante bizarro que estrenaba lisonjas, pretendido galán. Probablemente los afectos familiares que comenzaron uno a uno a remontarse en cuerpo y alma hacia celestiales moradas, acuñando irremplazables vacíos. Quizás… ¿por qué no?... los primeros desencantos, las fallidas caricias, los equivocados diálogos, el oportuno silencio, el reconocimiento del equívoco remediable. Posiblemente, los inhóspitos senderos que los agotados días cincelaron poco a poco, afirmando dudas, deshaciendo pasos. ¿Qué o quién fue? Algo de cada quién… un poco de
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Días de lluvia, lodo sobre los caminos. Reviven hierbas. Noche cálida. Blanca lechuza quieta sobre la rama. Vuelan gorriones picoteando larvas sobre el maizal. Cruza el campo el asustado zorro. Huida rauda. Las golondrinas diseñan círculos en la lejanía.  
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Las blancas nubes colmadas en el azul. Figuras níveas. Aguas abajo entre las rocas, el frío manantial. Mudo el ave duerme quieto sueño en su nido gris.
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  Rasga el cielo rayo de fuego tras el horizonte. Noche pampeana. Rancho iluminado dibuja sueños. Retumban truenos. Huye la culebra velozmente. Cae del nido ansiando volar solo. Primer intento. Amanece. El gallo despierta, sacude su roja cresta.

La verdad

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Había llegado a las montañas seguro de encontrar su lugar en ellas. Nada fue como lo previera. En lo más recóndito de su ser lo sabía, siempre lo supo, aunque no quiso saberlo. Cerrados los oídos, apretados los párpados, ni siquiera un mínimo destello de tal verdad lo atravesaba, aunque allí estaba. Pese al sobrehumano esfuerzo, la verdad se revelaba nítida, segura, inefable. ¿Quién podía obviarla? Nadie, menos que nadie, él. Tan clara era que hasta otros supieron verla. En su interior construyó casi una leyenda, una historia tan diferente que de puro diferente se perdía en los abismos inciertos de los reproches propios y ajenos. Mudos reproches adueñándose de sus días y de sus noches. Su conciencia los dictaba, su corazón los guardaba. Durante semanas las montañas desaparecieron tras la ficticia niebla de polvo acumulado, sofocante, esparcido por el viento norte hasta ocultar sus laderas elevadas. Tal como desaparecía en él la realidad que sus propios vientos negaban. Mucho tiempo tar

Hogar

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Vuelas alto ave, vuelas alto y más alto pequeño hornero, buscando cobijo en tu nido que más parece hogar de diestro orfebre que talla su oro para la amada y su prole. Tu nido de barro y paja será fuerte y cálido, encerrará pequeños huéspedes que piaran lastimeros, porfiados, exigiendo su alimento. Trinarán a su tiempo, a su tiempo volarán, a su tiempo serán concienzudos constructores de otros nidos de fango y hojarasca, donde crecerán retoños libres como el viento que los mecerá en el alto cielo dorado, en soleadas mañanitas. Hornero, tú lo sabes, tú conoces nuestro hermoso secreto, ese, hornero habilidoso, que tus alas llevarán lejos, muy lejos. Allá, donde mora el silencio.

Luciérnaga

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A Ignacio Luciérnaga El ángel de tu sonrisa todo lo encendió. Luces de vivos colores iluminaron el entorno. Luciérnagas relumbraron en la noche. La pequeña araña tejió telas de plata. Las rutilantes estrellas guiñaron cómplices reflejos. El sol amaneció oro entre encarnadas nubes. El río movilizó alegres sombras acariciando orillas. Fuiste alivio en los pesares, gozo recuperado. Abrigo en el desamparo. Esperanza fortalecida, ensueños cumplidos. Tu inocente sonrisa trastocó designios. Renovó olvidados bríos. Naciste, creciste, encandilados pases, deslumbrante magia. Tus admirados ojos reflejaron cielo. ¿Qué nuevos rumbos no hallar en ellos? ¿Cuáles maravillas no descubrir en el candor de tu riente mirada? Perderse en ella en busca del remoto ser que habitó alguna vez, en determinado tiempo. Reencontrarse en ella, a través de ella, asombro renacido, esencia prístina. Niño, el ángel de tu sonrisa todo lo encendió, todo lo modificó, todo, una vez más, fue restablecido.
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 Calla el ave duerme su quieto sueño en su nido gris. Fluye el agua entre dispares rocas frío manantial. Las blancas nubes disgregan henchidas figuras níveas. Volaron raudos hacia cálidas tierras batiendo alas.