A Cristina
Orgullosa ternura Noche recogida en imaginados, posibles refugios. Retrotrae al pasado, transporta a aquel domingo soleado de la infancia. Cierta tarde calurosa. Ciertos aullidos maternos semejantes a tempestades, prediciendo tiernos llantos, vida amanecida, tibia. Llegaste. Bella, rolliza, abiertos ojos oscuros iluminando mejillas de inconcebible rojo en piel alguna. Entré en el recinto prohibido. Todavía resonaban quejidos, aromaban extrañas mezclas de olores difusos. No dejé que nadie me detuviera, arrasé con las protestas, profeticé vientos patagónicos. Te tomé de los brazos de tu madre. Ella me regaló su sonrisa cansada, permitió confiada mi infantil audacia. Te sostuve cuidadosa, delicada reliquia, en los míos de niña firme. Me enseñoreé de tu tibieza atrapada contra mi pecho. Crucé la puerta, dejé atrás lamentos. Te acuné a lo largo del patio de la vieja casa del viejo barrio, ignorando las miradas atentas, extrañas, de aquellos que creían poseer derechos que en ese instante sól