Nocturno destello


Vida. Soledad. Verdad. Hallar respuestas. Muchas veces indescifrables.
Infructuoso plantearse dudas. Infructuoso cuestionarse hoy.
Sin embargo, lo hacía, no lograba evadirse.
De pie, ante el desvelado cristal del ventanal, capturaba la imagen difusa del parque anochecido, divisada desde su cómodo salón desaprovechado, amplio. La soledad lo envolvía.
Un destello de luz englobaba las inmediaciones, permitía adivinar el verdeante estallido veraniego, la distorsión rojiza del avanzado atardecer.
Todavía podía distinguir algún que otro sendero empedrado cruzando hacia el norte, al brillo de las blancas piedrecillas que los cubrían, atravesando centenarias coníferas de ásperos troncos, delgados alerces de estrelladas hojas. Enseñoreados eucaliptus tanto o más longevos, perfumando el tibio airecillo.
El cristal entreabierto del ventanal le acercaba fuertes aromas.
Arbustos coloridos, desarrollándose atrevidos, libres, palpitando belleza.
La naturaleza entera estallando plena.
Se perdía en ella.
Aunque nada de todo eso desterraba su soledad.
Su vida, en esas extrañas horas, carecía de real sentido.
La soledad lo enredaba. Palpitaban sus sienes.
La soledad primaba por sobre su realidad.
De pronto, no veía claros horizontes. No lo consolaba su vida entregada a otros, a manos llenas.
Sanar. Brindarse, como lo hiciera desde siempre, sin egoísmos, sin retaceos.
Había permitido que su incondicional dedicación lo apartara de todos, de todo lo que alguna vez fuera para él lo auténticamente valorado.
Su íntima ceguera lo autorizó a dejar paso a paso, hora a hora, irrecuperables trozos de su ser.
Esa mañana, despertó inquieto, interiormente desasosegado.
El espejo le devolvió una imagen desconocida, en la que no reparara atentamente desde mucho tiempo atrás. Marcadas arrugas, blanco cabello escaso, gesto distorsionado.
Su existencia había transcurrido sin que la tomara en cuenta, como agua destilando entre sus enjutos, largos dedos.
Se ahogaba. Tosió en vano.
La noche cubría el parque, la ciudad.
Se estremeció. Imposible recuperar los desperdiciados instantes.
Quizás fuera todavía probable intentarlo.
Quizás de él dependiera desarraigar el vacío, dar a su tiempo el justo valor, formar parte de la plenitud.
Vivir consciente.
El cristal le devolvía claramente su figura, sus extraviados ojos en los que la inseguridad esclavizaba su presente, subyugaba su futuro, un futuro que lo oprimía, no le pertenecía.
No vislumbraba en él verdad alguna, nada que no fuera su continua, consabida entrega solitaria, de la cual dudaba escapar.
Afuera la oscuridad borraba todo contorno.
Giró sobre sí mismo, se alejó hacia el interior de las sombras que aislaban su intrínseco, particular mundo.
Recelaba del mañana. Recelaba de su coherencia, de sus abochornadas reflexiones.
Extraviado en la noche, ignoró el alba que no tardaría en renacer.

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