Amiga
Mañanita otoñal soleada, amaneciste poesía en mí y allí vas en diluidas palabras hacia ese nido amoroso, casita de paredes rojas, refugio de chocolate y arroz. Risas inocentes, llantos angustiosos, revuelo de gorjeos cristalinos. Pasitos inseguros, corridas arriesgadas que llevan a los primeros desaciertos, a las hazañas tempraneras. Nidito contenedor, donde tú, ángel materno, amparas sus tempranos balbuceos. Risas, lágrimas, mocos que embadurnan caritas todavía redondas, mofletudas. Corazoncitos que añoran a mamá, sus mamás, esas que descansan seguras en ti, sin advertir tu propio llanto, tu angustia escondida tras tu sonrisa generosa, tu agobio de luchas a las que alguien irreverente llamaría quijotescas, y a las que tu nombras conciencia. Conciencia nacida de tu corazón lleno de amor, ese, el que donas a manos limpias, sin que te importe tu dolor, ni los oscuros riesgos, ni envidias ajenas. A ese paraíso infantil me invitaste. En él entré quizás profana, indigna de tanto afecto, de