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Mostrando las entradas de agosto, 2022
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Van, vienen multitudes, indiferentes, ignorándose unos a otros. La ciudad entrega sus calles. En ellas dejan alientos, prisa, risas, ignorancia. Sabiduría del que cree saber. Tristeza del que no sabe llorar. Consuelo del que lograrlo pudo. Ansiedad, vida, escondidos sueños, contenida rabia. Vienen, van multitudes. ¿Quién los acoge? ¿Quién los guía? ¿Adónde los lleva cada día?
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La lluvia llega, trae vigor. Resurrección en los sedientos campos. La naturaleza calma su sed. Recuperan los frutos sabor, madurez. Renace el calor en los áridos suelos. El verdor entrega júbilo. Trasciende hechizo, magnitud en abundancia. Sonoras voces cruzan el infinito, cautivan cercanías. Modifican el hoy, el mañana reportará consuelo.

Voces interiores

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  La vida sin determinados condimentos nada es. Caminaba por la orilla del río, exuberante vegetación dorada, otoñal, reverberando sobre las aguas, duplicándose con ellas. Infinito celeste asomando entre el ramaje, reflejándose aún más nítido sobre la impaciente corriente deseosa de derramarse en el mar. Más allá. Ancho caudal fluyendo al encuentro de la inmensidad oceánica. De tanto en tanto, resonantes aves atravesaban el azulado espacio, en búsqueda de moderados climas donde fijar su morada. Su mirada se perdía tras ellas, deseosa de participar del uniforme vuelo, del perfecto coro de voces anunciando bienaventuranzas. Trocados comienzos. Anhelante, las observaba hasta perderlas de vista. Regresaba desde lo alto a la pacífica, envolvente soledad. Sentirse viva, en calma consigo misma, en armonía absoluta con el todo. Disfrutaba de ese instante, lo atesoraba en extremo. Lo necesitaba para poder seguir, para no perderse. Desde que llegara allí, surgía lo diáfano, las verosímiles prome

Reminiscencias

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  Formábamos un alegre grupo de chiquillas. La adolescencia rondándonos, cercana. No las recuerdo a todas, a unas pocas. Una de ellas viva en mi desde siempre. Tardes de verano, vacaciones escolares, nos congregaban en la calle. El barrio bulliciosa prolongación del hogar. Nuestras casas afincadas dentro de los cien metros en que nos movíamos. Nuestros hogares, el de cada una, de todas. La calle. Recorrerla tomadas del brazo disfrutando cada paso. A veces, dispersas, correteando, saltando fingidos charcos. Trasladándonos de uno a otro imaginario continente. Subíamos, bajábamos, a lo largo, a lo ancho de la vereda. A diestra, siniestra. Sin ton ni son. Sin principio ni fin. El inmediato placer de gozar la transitoria libertad que nos fuera otorgada. Adueñadas del espacio sin demandar, puro deseo de sentirlo nuestro, libremente. Cuando el cansancio nos alcanzaba, el peldaño de blanco mármol gastado solía ser nuestro primer cómodo asiento, el de la casa con jardín al frente, a pocos metro