Prodigios
No la reconocí. Me sorprendió verla, me emocionó de tal modo que fue difícil para mí entender qué estaba sucediendo. Sueño, realidad. Un poco de cada uno o la totalidad indubitable. Viajábamos en el microbús que nos acercaba a la ciudad. Fue ella quien giró hacia mí; desde el asiento delantero me encaró sin disimulos. Hacía poco menos de un año que vivía en ese pueblo recogido; recomencé allí una vida que llamaría esencial. Aspiraba a impregnarme de las fragancias de la campiña, abrazar la paz que no apresaba en otra parte. Requirió un gran esfuerzo construir el amparo ambicionado. Desplegué todo mi ingenio para que cada cosa fuera lo que quería que fuera. Desarrollé cada uno de mis propósitos. Rehacer el propio universo, el que se acomodara a mis ansias. Disfrutaba de lo completado en tan poco tiempo, interiormente agradecida. Tenía por costumbre regresar a la ciudad, a mis hijos, compartir horas de bienestar junto a ellos. Subí al bus sin verte, y sin verte me ac