Prodigios

 


No la reconocí. Me sorprendió verla, me emocionó de tal modo que fue difícil para mí entender qué estaba sucediendo.

Sueño, realidad. Un poco de cada uno o la totalidad indubitable.

Viajábamos en el microbús que nos acercaba a la ciudad. Fue ella quien giró hacia mí; desde el asiento delantero me encaró sin disimulos.

Hacía poco menos de un año que vivía en ese pueblo recogido; recomencé allí una vida que llamaría esencial.

Aspiraba a impregnarme de las fragancias de la campiña, abrazar la paz que no apresaba en otra parte.

Requirió un gran esfuerzo construir el amparo ambicionado. Desplegué todo mi ingenio para que cada cosa fuera lo que quería que fuera. Desarrollé cada uno de mis propósitos. Rehacer el propio universo, el que se acomodara a mis ansias.

Disfrutaba de lo completado en tan poco tiempo, interiormente agradecida.

Tenía por costumbre regresar a la ciudad, a mis hijos, compartir horas de bienestar junto a ellos.

Subí al bus sin verte, y sin verte me acomodé detrás tuyo.

Observaba el deslizarse veloz de los campos, las hileras perfectas de maíz, los girasoles parpadeando; riquezas intrínsecas. Atravesamos el puente sobre el río envalentonado.

Mi nombre repetido, enérgico, interrumpió mis goces.

Te miré sin reconocerte, eras la voz que me nombraba. Me pregunté quién eras, qué querías; despertaste en el rincón de mis recuerdos.

Eras aquella mujer querida que un día enumeró sus tribulaciones al grupo de amigas sorprendidas por tus confidencias.

Tiempos de tiempos. La empresa para la cual trabajabas, quebrada; despidos, cierre completo.

Semejante perspectiva te imponía horizontes de cambio radical. Los que en tu caso hallarías en determinado lugar que mencionaste confusa.

Hablaste no demasiado convencida de tu casa de puertas cerradas que te esperaban para que las abrieras.

Era la opción, la única, la que iluminaba tu esperanza; la seguridad del territorio conocido en el que te ampararías. Tus viejas raíces te sostendrían.

Te admiré como nunca admiré tanto a nadie. Emprendías tu aventura en soledad.

Admiré tu desprendimiento, dejabas atrás grandes pérdidas. Lamenté nuestra separación.

El tiempo labró historias diferentes en cada una.

De pronto estábamos mirándonos desde lo inverosímil. Reíamos al unísono.

A las dos los hechos cotidianos nos condujeron hacia el mismo sitio sin que lo planeáramos.

Casualidades que no lo son, dan origen a las causalidades.

Tardes de sol tibio en invierno o de nochecitas apacibles durante el estío, nos escucharon reír, conspirar.

Acaecieron remozados tiempos. Sorteamos escollos, atesoramos instantes; la osadía de dos almas que mucho tenían en común.

El después fue después: pertenece a otra historia.

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