Reminiscencias

 




Formábamos un alegre grupo de chiquillas.
La adolescencia rondándonos, cercana.
No las recuerdo a todas, a unas pocas. Una de ellas viva en mi desde siempre.
Tardes de verano, vacaciones escolares, nos congregaban en la calle.
El barrio bulliciosa prolongación del hogar.
Nuestras casas afincadas dentro de los cien metros en que nos movíamos. Nuestros hogares, el de cada una, de todas.
La calle. Recorrerla tomadas del brazo disfrutando cada paso. A veces, dispersas, correteando, saltando fingidos charcos.
Trasladándonos de uno a otro imaginario continente. Subíamos, bajábamos, a lo largo, a lo ancho de la vereda. A diestra, siniestra.
Sin ton ni son. Sin principio ni fin.
El inmediato placer de gozar la transitoria libertad que nos fuera otorgada.
Adueñadas del espacio sin demandar, puro deseo de sentirlo nuestro, libremente.
Cuando el cansancio nos alcanzaba, el peldaño de blanco mármol gastado solía ser nuestro primer cómodo asiento, el de la casa con jardín al frente, a pocos metros de las otras, dentro de las que nos movíamos con determinada preferencia.
Apretadas en él, durante no mucho tiempo. Inquietas, parloteábamos al unísono, seguras de entendernos.
Percibíamos tibios perfumes deslizándose hasta cada una, desde lo que presentíamos sin ver, tan entretenidas estábamos en dilucidar cuestiones sin sentido para quienes las oyeran al pasar.
El vientecillo esparcía fragancias sobre el jardín, dispersaba dulzuras. Verdes diversificados, seductores coloridos.
Inolvidable pérgola de fragantes glicinas.
Solíamos subir la corta escalerilla, recorrerlo, escondernos divertidas entre sus cuidadas plantas. Adueñarnos de algunas flores, coquetear, presumir, reírnos de todo, de nada.
De pronto cambiábamos derrotero. Esta vez, breve trayecto, alocada carrera, llegábamos al lugar preferido por todas. La casa señorial de doble portales abiertos.
Trepábamos agitadas los cuatro peldaños de pulidos mármoles veteados que conducían al rellano amplio extendiéndose delante de la puerta de cancel, marcos de oscura madera cercando cristales guarnecidos por finos cortinados de blanco tejido artesanal.
Solían descorrerse sigilosos, mostrando apenas el rollizo rostro de quien era una de nuestras más severas guardianas. La ignorábamos.
No estábamos solas, lo sabíamos, innegable.
Fuéramos donde fuésemos, alguien velaba.
Lo que suponíamos libertad, tan sólo era amorosa tolerancia. Acompañadas, consentidas a conciencia por quienes nos resguardaban en todo momento, aquí, allí.
Aquel rellano transformado en vistoso escenario
Sobre él, cada una se convertía en famosa actriz, estilizada bailarina. Parodiábamos obras teatrales. Recreábamos graciosas comedias, inconcebibles dramas, hasta que una voz suave, exigente, desde el interior de la casa, nos advertía que lo soñado llegaba a su fin.
El sol descendía, anunciaba el regreso al hogar.
La realidad despejaba nuestras fantasías.
Cada día, cada tarde, renovaba el esperado reencuentro.
Una vez más, entrábamos, escapábamos de la casa con jardín, de la casona con puerta de cancel. De mi casa, larga galería, amplio patio, corazón abierto.
Casas de la infancia, refugios hogareños.
Seguras calles barriales de un tiempo que fue nuestro.
Sin entreverlo claramente, una etapa daba paso a otra.
Los juegos, abandonados poco a poco, dejados a un lado, superados.
Surgían mutuas confidencias. Asomadas sonrisas ocultas tras las manos. Brillantes ojos adelantaban interrogantes prestos a aflorar. Voces susurradas.
Salíamos de la infancia, ingresábamos a lo desconocido.
Retrocedíamos en determinadas ocasiones a infantiles afanes.
Avanzábamos en el ocaso al encuentro de indómitos impulsos, advertidos cambios
Paulatinamente andábamos estrechas, desconcertantes vías.
Nos separaban de la infancia, del barrio, de las calles que nos pertenecieran. Nos separaban una de otra.
Lo vivido, transcurrido. Lo andado, guardado en los recuerdos, en el ayer, formando indiscutible parte del hoy.
Lo que fuera, ya no más. Alejarse. Seguir.
Descubrir en el presente rastros del pasado.
Luminosos, eternos faros encendidos, señalándonos el aquí, el allá.
Aquello que de nuestras vidas hacer en bien, en mal.
Alguna vez regresamos, nos reunimos en pos de recuerdos. Recuperamos por un instante los aromas del barrio, anduvimos sus calles.
Nos sorprendieron las glicinas.
Añoranzas, ausencias irremediables. Encantos, desencantos.
Éramos las mismas, sin serlo.
Dejamos atrás la ruta de la nostalgia.
El presente nos convocó a cada una en lo suyo. Cada una asumiendo su propia, indefectible realidad.
Lo nuestro, nos pertenecía para siempre.
Más allá de lo vivido, de lo aceptado, de lo negado. Por siempre nuestro.

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