Fidelidad

 


 A María Cristina

Fidelidad


Soñar despierta.
Andar sin rumbo preciso por las callejuelas de la infancia.
Compartimos la soledad tranquila del barrio, adormecidas siestas, aromos en flor.
Fuiste dulce mensajera, la puerta golpeabas con pequeños, firmes puños, invitando al encuentro.
Amiga, inquieta amiga, juntas dimos los pasos primeros, murmuramos las primeras palabras, juntas entramos de la mano a la niñez protegida.
Compartimos casas, recorrimos patios, galerías, nuestras casas.
Descubrimos juguetes de ojalata. Cantamos a gritos, la imaginación desatada.
Saltamos a la cuerda, tocándonos a la mancha.
Jugamos a las escondidas no tan acertadas.
A la ronda, ronda, de la ronda mansa, a la prenda, prenda, que en el centro nos plantaba, soportando burlonas risas, de rojo las mejillas, timidez en la sonrisa.
Unidas en la atropellada carrera, las rodillas arañadas, el viento levantaba nuestras faldas. Llegábamos sin aliento no más allá de tu puerta o de la mía.
Tu puerta, tu casa, fue mía.
Tuya mi puerta, mi casa.
Nuestros los maternos abrazos, regaños, consuelos, sonrisas, alertada vigilancia.
Nuestro el devenir de los días, la inocente mirada.
Grabados para siempre en ese escondrijo del alma, allí, donde la ronda, ronda, la ronda mansa, sigue danzando sueños, gritando canciones.
Más allá, jugando a la mancha.

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