A Cristina



Orgullosa ternura
Noche recogida en imaginados, posibles refugios.
Retrotrae al pasado, transporta a aquel domingo soleado de la infancia.
Cierta tarde calurosa. Ciertos aullidos maternos semejantes a tempestades, prediciendo tiernos llantos, vida amanecida, tibia.
Llegaste. Bella, rolliza, abiertos ojos oscuros iluminando mejillas de inconcebible rojo en piel alguna.
Entré en el recinto prohibido. Todavía resonaban quejidos, aromaban extrañas mezclas de olores difusos.
No dejé que nadie me detuviera, arrasé con las protestas, profeticé vientos patagónicos.
Te tomé de los brazos de tu madre. Ella me regaló su sonrisa cansada, permitió confiada mi infantil audacia.
Te sostuve cuidadosa, delicada reliquia, en los míos de niña firme.
Me enseñoreé de tu tibieza atrapada contra mi pecho.
Crucé la puerta, dejé atrás lamentos.
Te acuné a lo largo del patio de la vieja casa del viejo barrio, ignorando las miradas atentas, extrañas, de aquellos que creían poseer derechos que en ese instante sólo a mi pertenecían.
Orgulloso egoísmo primero que embanderaba mi mirada y alejaba a quien quisiera disputar mi osadía.
Tan segura de mi supuesta conquista que nadie de mi supo ni pudo apartarte.
Te conduje a tu primer épico recorrido vital, del cual ayer, hoy, siempre me enorgulleceré.
En mis brazos estrenaste tu primer cielo, sin saber que lo era.
En mis brazos por vez primera, acarició tu encarnada mejilla, el impertinente rayo de sol de una interrumpida siesta de febrero.
Detrás de todas las semblanzas que la existencia a veces benigna, otras tortuosas, las más empeñadas en demostrar que crecías, que de asombrada niña, asomabas a la dolida adolescencia, a la juventud laberíntica. Heroica, desembocabas inopinadamente en la mujer que fuiste, eres, comprometida, mecida por ideales quiméricos o no, se revelaba amorosa la madre sostenedora de candorosas vidas, pueriles llantos, balbuceos, infantiles reclamos, exigencias nacidas de adultas suspicacias inmerecidas, que tu adultez generosa hoy abriga.
Más allá de tal esencial existencia, regresa, regresará siempre a mí, aquella inaugurada ternura, aquel inaugurado palpitar tierno que fue mío.
Seguirá atrapándome con sus oscuros ojos centelleantes, aquel iluminado ser que fuiste.
Receptora de mi infinito asombro prolongado a lo largo de utópicos días.
Los desvelos de esta noche no anularon lejanas imágenes, renovadas, te devolvieron a mí.
Y fui niña una vez más.
Tu volviste a asomarte transmutada existencia, leve atadillo rosado, en mis ilusorios afanes.
Quizás renaciendo sin saberlo aún, en tus propios, enseñoreados cantares.

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