La bruma

 



Ceniciento atardecer, cerros desvaídos.
Oculto verdor. Ocultos delgados hilados cristalinos, precipitadas vertientes nacidas de transparentes deshielos, de vehementes lluvias.
Ocultas grietas, milenarias piedras.
Tras la bruma, la humana ceguera.
Silencio adormeciendo oídos, voces, energía.
Gigantes embozados en la noche, desperezan anchuras, desvelándose al amanecer, lumbreras renovadas, reclamando encuentros, atenta presencia.
Despierta un día más. Pierde poderío la niebla, vence el terso aire sereno.
Desigual imagen cerril, engrandecida hermosura, apariencia mudada, límpida.
Terciopelo esmeraldas cubren laderas, ondulan en sus faldas doradas luces.
Alumbran desniveles áureos.
Otro es el hoy, otra la claridad que todo lo contiene.
Empero, siendo que nada es permanente, inmutable apariencia, la bruma será renovada señora de lo oculto, cercará perseverante lo que el ayer develó.


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