La biblioteca


Fue un atardecer como el de hoy, gris con trazas de añil desvaído.
Soñaba con recuperar los días vividos, los descubrimientos audaces, las encantadas sendas, volver sobre los tímidos primeros pasos dados en tu santuario.
Entonces, venía del desencuentro, del desarraigo.
Necesitaba tropezar con el abrazo, con la bienvenida.
Me recibió el amplio espacio donde habitaba el silencio, las desvanecidas presencias del ayer, me acogieron ilusiones plasmadas en amarillento papel, grandilocuentes nombres, los de aquellos que traspasaran la desdibujada línea de la primordial huella, el derecho al justo premio, a sobresalir empolvados desde las repletas estanterías de dura madera oscura, contenidos hijos en senos maternos.
Apoyados en paredes cargadas de fantasías,
de realidades.
Ocultas paredes, desaparecidas detrás de cientos y cientos de libros, viejos, jóvenes libros.
La biblioteca.
Un hallazgo esencial. Su olor, el inconfundible aroma a papel sobado. Singular aroma, definitiva mixtura de alientos, suspiros, embelesos, crónicas de pasadas vidas, no pocos torpes discernimientos.
La biblioteca.
Universo abierto a las maravillas enumeradas del que guía su corazón hacia las inquietas fábulas de su pensamiento.
A ese mundo pretendí entrar de puntillas, adelantado el respetuoso asombro.
No fui única presencia.
Hubieron bienaventurados encuentros, disimulados disensos.
Gloriosos instantes, saberes compartidos.
Aprendimos a plasmar sentimientos en danzadas letras, exponer inseguros derroteros.
Nos integramos uno a uno, uno al otro, el otro a uno.
Valoramos la humilde sabiduría del que sabe guiar apaciguado, sin avasallar, reconfortando.
Supimos del inolvidable esfuerzo de quien rozaba la muerte con la punta de sus dedos, y la aventaba con coqueta sonrisa.
Fuimos lastimados, vencidos por su irremediable partida, tardíamente convencidos de su pérdida.
Maltrechos, intentamos reconstruirnos, nos alzamos tambaleantes delante de las puertas que se cerraban sin que lo advirtiéramos.
Se diluía el aroma a café compartido.
Negábamos los errores cometidos, disimulábamos, rehusábamos hechos concretos, frases dichas que lastimaron oídos, almas.
Se alejaron las buenas razones que justificaban intentos fallidos.
Nada opacaba la luz de la verdad mal o bien compartida.
Amalgamados días, buenos, limpios, nublados, tormentosos, algunos bendecidos.
Días que se llevó a cuestas este año que anduvo repartido entre risas, lágrimas, desatinos, blancas mentirillas, pretendidos encumbramientos.
Humana disposición que evitar el humano conocimiento no sabe ni puede, porque es tarea humana vivir aprendiendo, llorar comprendiendo, reír alborotado, perdonar si puede.
Si en aquella primera tarde grisácea azulina en busca del saber fui, lo encontré.
No sólo en las letras que explotaron como volcanes adormecidos, también asomaron las luces y sombras de la amistad incierta, a veces mentirosa, la sabiduría de la indulgencia.
La compañía de quien se fue sin irse.
El encuentro de afectos reales.
Definitivamente, la vida vivida como mejor supe y pude vivirla, junto a quienes dieron de si lo que pudieron, del único modo como supieron darlo.
La biblioteca.
Sus puertas cerradas a mi espalda, custodiaban vívidas memorias.

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