Niña mujer



Días nuevos, cielos multicolores presagiando lo impredecible.
Impulsos jóvenes, inconscientes, volubles, alzados en pos de triunfantes veleidades.
Adolescencia. Adolecer.
Su corta existencia todavía abrigaba recuerdos infantiles, ansiedades amanecidas, metas incansables.
Rebeliones ocultas tras el desorden de sus días expresadas en aparentes nimiedades, el desorden en su habitación, en sus pertenencias, en la tajante respuesta siempre pronta a brotar como lava ardiente, instante a instante.
Exabrupto no calculado estallando pueril, ante las correcciones que los demás suponían justas, lanzadas al viento de lo impensado.
Tal como sucediera ese atardecer veraniego sofocante, durante la cena recién servida.
La pregunta inesperada indujo al encono inesperado, provocó interrogantes en las miradas inquietas del entorno familiar. Silenciosos buscaban encontrar sus huidizos ojos, ocultos detrás de cada bocado, perdidos en desmenuzar los pocos alimentos con calculado asco. Su tozuda cabeza inclinada sobre el plato.
Presentía la desorientación en los demás, pendientes de sus gestos, de sus reacciones.
Intentaban protegerla de sus desconciertos, inseguridades, los que día a día crecían con ella.
Temían perderla, desconocían cómo retenerla.
Lo intentaban, a su modo, escondidos tras el afecto no expresado.
Apesadumbrados de su pesadumbre.
Ella. Ponerse de pie, huir, impulso vehemente, una misma cosa. Escapaba de cada uno de ellos, de su íntima destemplanza.
Refugiarse en su maloliente habitación, enredada en su ira, las lágrimas indóciles aliviándola apenas.
Insurrección de pies a cabeza.
Indocilidad en el alma, en el cuerpo infantil que avizoraba a la mujer.
Se detuvo. El espejo del armario de su cuarto acaparó su esmirriada imagen.
Se plantó ante él. Acomodó mangas, ensanchó el blanco cuello de la blusa, ajustó el cinto alrededor de su delgada cintura.
Las piernas cubiertas por el sucio, estrecho pantalón.
Se quitó el calzado sin dejar de observarse meticulosa.
Movió los desnudos dedos de sus pies, uno a uno, retorciéndolos.
Sacudió los largos cabellos negros, indóciles, no menos que ella, vaivén rabioso.
Rabia en los castaños ojos.
Tomó el cepillo de la mesilla baja llena de trastos a los que sólo ella valoraba, a su manera, a su querer sin querer.
El cepillo aireaba su cabellera, imprimía exasperante fuerza en cada movimiento. Supo domeñarlos, hacer que brillaran, que cayeran sosegados, como sosegado de pronto latió su corazón aniñado cuando se deslizó en el lecho, vencida.
La pugna interior la dejó exhausta, le dificultaba acuerdos, benevolencia.
La somnolencia aumentó persistente.
Cayó en la profundidad del sueño compasivo.
Poco a poco todo se transformaba.
Nada igual a nada, a nadie. Lugares, personas, naturaleza, sentimientos propios y ajenos.
Metamorfosis de unos y otros.
Crecía la mujer.
Alcanzaría cordura.
Se elevarían dudas, esperanzas secretas, desavenencias, riesgos.
El espejo devolvería una y otra vez imágenes, las no esperadas, las secretamente logradas.
Ni mejor, ni peor. Las suyas.

Comentarios

  1. Un feliz Año Nuevo lleno de paz para mis queridos lectores y especialmente un gran agradecimiento y feliz Año Nuevo para mi perseverante lector de Portugal. Abrazos para todos. Nelly

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