Primitivos ancestros



La tierra madre fructifica en vida abundante.
Sus moradores trepan, se arrastran, procrean, crecen.
Vegetación intrincada derramándose a orillas de encrespadas aguas que no les permiten conocer qué hay más allá de esa bola de fuego que desde lo alto va hundiéndose donde nada es nada.
El desconoce su nombre, sólo sabe que esa fuerza ilumina sus caminos largamente.
Sabe, además, que cuando así ella lo disponga, se alejará de él, de sus iguales, poco a poco hasta sumirlos en aquello que no les permitirá reconocerse ni reconocer sus alrededores.
Lo aterra su desaparición, sin ella todo se desvanece.
Su presencia le es necesaria, lo ayuda a vigilar, existir.
A controlar las extrañas criaturas que propagan roncos sonidos, acechándolos desde lo desconocido.
Su sentido de la subsistencia lo hará esperarla ansioso.
No tardará en regresar, siempre vuelve y con ella la seguridad.
Allí está, una vez más alzándose lentamente, fuego lejano, les permitirá gozar de intensa luminosidad, errar por diversos senderos.
Sobrevivir a lo que todavía no les es dado nombrar.
Guturales sonidos complacientes escapan de él y sus iguales, celebran su aparición. Deambulan inseguros cruzando entrelazados ramajes, atentos a los desconocidos individuos que en ellos se ocultan.
Chillidos agudos sobrevuelan alturas, interrumpen sus andanzas, atemorizándolos.
Todo es sobrevivencia.
Él y sus iguales van en busca de frescos refugios que los aliviaran de múltiples adversidades.
Él guía a sus iguales. Junto a ellos desciende hacia las aguas.
Algunos desaparecen en la espesura, otros subirán a lo alto, cada uno se ocupará de lo suyo.
Él debe procurar hacer lo que le corresponde en nombre de todos.
Junto a él, sus iguales se sienten seguros.
Ahora se separará de ellos, después volverá a convocarlos.
Se dirige hacia el agua que lame sus pies. Se hunde en ella en busca de esas formas que se escurren entre sus peludos dedos, aprendió a atraparlas una a una.
Las depositará sobre esa piedra sin nombre, allí las dejará secar.
Más tarde, colocará sobre cada una de ellas, trozos de ramas que servirán para alertar a sus iguales, ya pueden regresar, venir por ellas, tomarlas, devorarlas.
Ellos esperan su señal, sus broncos gritos previniéndolos.
Él se unirá a ellos, juntos acallarán las instintivas necesidades que no comprenden, poco razonan.
El alto fuego posibilitará la caza, traerá bienestar.
Su desaparición los obligará a protegerse en improvisados refugios, a veces en cuevas, echarse sobre las pieles, dormir alertados el ensueño que todavía no saben que lo es.
Él no abandonará a sus iguales, seguirá junto a ellos compartiendo caza, existencia.
Vendrán otros tiempos, surgirá la voz convertida en palabra.
Lo nombrado será murmurado, gritado.
Él y sus iguales adquirirán el derecho a ser nombrados.
Cada cosa tendrá su propia resonancia, la que él y los suyos le adjudiquen.
La ausencia del alto fuego será llamada noche, oscuridad.
La bola de fuego será nombrada por muchos, bastarán tres letras, SOL.
Algunas más, significarán HOMBRE.

Comentarios

  1. Este trabajo ha sido ilustrado con una de las pinturas de la cual soy autora. Con amor, Nelly Perrotta.

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  2. Que belleza de pintura parece algún paisaje norteño y gran relato a nuestro querido y necesario astro rey padre y dador de vida ,luz y calor su importancia hasta el último ratito pequeño halo prima multicolor es simplemente Maravilloso!!😘

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  3. Fe de erratas donde mí corrector puso ratito quise poner rayito y dónde puso prima va prisma es que no se puede editar el comentario 😁😇

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  4. Hola Aladah (Edu) !!!!... gracias por tu comentario tan alentador. La pintura que ilustra este relato, evoca un paisaje de Sierra de La Ventana, Prov. de Buenos Aires, un lugar con paisajes maravillosos, muy, muy ancestrales. y tomo nota de tu fe de erratas. Tus dos comentarios llegaron perfectos al blog, podrás verlos si abres una vez más la página. Abrazo. Nelly Perrotta

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