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A Cristina

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Orgullosa ternura Noche recogida en imaginados, posibles refugios. Retrotrae al pasado, transporta a aquel domingo soleado de la infancia. Cierta tarde calurosa. Ciertos aullidos maternos semejantes a tempestades, prediciendo tiernos llantos, vida amanecida, tibia. Llegaste. Bella, rolliza, abiertos ojos oscuros iluminando mejillas de inconcebible rojo en piel alguna. Entré en el recinto prohibido. Todavía resonaban quejidos, aromaban extrañas mezclas de olores difusos. No dejé que nadie me detuviera, arrasé con las protestas, profeticé vientos patagónicos. Te tomé de los brazos de tu madre. Ella me regaló su sonrisa cansada, permitió confiada mi infantil audacia. Te sostuve cuidadosa, delicada reliquia, en los míos de niña firme. Me enseñoreé de tu tibieza atrapada contra mi pecho. Crucé la puerta, dejé atrás lamentos. Te acuné a lo largo del patio de la vieja casa del viejo barrio, ignorando las miradas atentas, extrañas, de aquellos que creían poseer derechos que en ese instante sól
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  Inquietos ecos, insistentes graznidos en lontananza. Verde melena agitándose tenue, perfumada brisa. Desmadejado, voluptuoso nubarrón, deshaciéndose lejos. Truenos rugientes, preceden lluvias. Advierten mutaciones.

La biblioteca

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Fue un atardecer como el de hoy, gris con trazas de añil desvaído. Soñaba con recuperar los días vividos, los descubrimientos audaces, las encantadas sendas, volver sobre los tímidos primeros pasos dados en tu santuario. Entonces, venía del desencuentro, del desarraigo. Necesitaba tropezar con el abrazo, con la bienvenida. Me recibió el amplio espacio donde habitaba el silencio, las desvanecidas presencias del ayer, me acogieron ilusiones plasmadas en amarillento papel, grandilocuentes nombres, los de aquellos que traspasaran la desdibujada línea de la primordial huella, el derecho al justo premio, a sobresalir empolvados desde las repletas estanterías de dura madera oscura, contenidos hijos en senos maternos. Apoyados en paredes cargadas de fantasías, de realidades. Ocultas paredes, desaparecidas detrás de cientos y cientos de libros, viejos, jóvenes libros. La biblioteca. Un hallazgo esencial. Su olor, el inconfundible aroma a papel sobado. Singular aroma, definitiva mixtura de alien

A Piti

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  Apareciste. Fuiste tierna compañía, ronroneada entrega. Pelaje mixto, pardo, naranja, blanco, negro. Maullabas dulce. Te acunaron nuestros brazos, desde ellos partiste. Nuestro mutuo amor desconoció el adiós. Aún hoy, mansa, ronroneas.

Legítima esencia

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El día anterior, incongruente. Lo condujo por momentos escarpados. Vagó de un lugar a otro, de tarea en tarea, obligándose a ocupar cada instante de cada hora. La ansiedad no debía devorarlo. El temor a lo indefinido desaparecía merced al movimiento obligado. Aferrado a realidades que probablemente sólo él suponía posibles, simplemente porque las necesitaba, porque las sabía suyas. Parte de aquellas absurdas consideraciones las dedicó a descargar fuertes pinceladas sobre la tela que llevaba semanas sin dar por terminada. Este ocre aquí, aquel rojo diluido sobre el ángulo derecho, el oscuro azul abarcando el rincón escondido. La basta tela, precisa, destellando colores. Desde su interior trepaban a su mano impulsos, pesares, pasiones, plasmando asombros. Sabía que aquél era un buen trabajo, maduro, una de sus mejores obras, en la que depositara además osada desmesura, la consumación de su ser, el tesón de cada minuto entregado a la realidad abrazadora que solamente él percibía. Acaso fu

Místico adiós

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Negro pelo, acercándose libre, devolviendo afecto. Acaso fue tu adiós. Husmeabas atrevido nuestras quietas rodillas, brillante lomo ondeado, estilizadas patas. Nos rodeaste, amoroso saludo. Nuestra humana piel te reconoció. No dudamos. Fuiste tú, encarnada poetiza. Regresaste a tu cita, la de cada viernes. Regresaste a nosotras, nos acompañaste un poco más. Nos reconociste. Nos premiaste. No fue don para todos. Sólo nosotras dos advertimos tu encubierta presencia. Místico descubrimiento, erizada piel.

Regreso

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Imposible olvidar la luz del espléndido amanecer benigno. No fue lo anhelado. Ni para ti ni para mí. Fue. Es. Llevábamos el peso de las horas compartidas, la interminable caminata de meses inciertos. La cabalgata inquieta de los escurridizos años que sumaron tiempo. Corrimos bajo la lluvia huyendo a los miedos. Nos deslizamos debajo de las sábanas pulcras que alejaron el engreído estío sólo por un momento. Acunamos delirios, trastabillamos en los sueños. Avanzamos en soledad, pesados, queriendo no querer, deseando no desear. Regresar con el regreso. Acariciar luces en los inquietos ojos. Reír la risa que recuperamos con el viento. Revivir el abrazo que se quedó en los días muertos. Recobrar atinados bríos, sumar andares firmes. Tener el valor exaltado, suficiente para comenzar una vez más. La sabiduría necesaria para silenciar escrúpulos, torpezas, el pasado. Descubrir en las venideras horas el alborear dócil. Reconocer que volvemos a ser uno, como uno es el aliento lozano que suscitó
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  Paloma ciudadana, sucio batir de alas, ojuelos tristes. Viento huracanado, deshoja flores, marchita frutos nuevos. La lluvia hiede, su aliento recorre calles infectas.

Niña mujer

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Días nuevos, cielos multicolores presagiando lo impredecible. Impulsos jóvenes, inconscientes, volubles, alzados en pos de triunfantes veleidades. Adolescencia. Adolecer. Su corta existencia todavía abrigaba recuerdos infantiles, ansiedades amanecidas, metas incansables. Rebeliones ocultas tras el desorden de sus días expresadas en aparentes nimiedades, el desorden en su habitación, en sus pertenencias, en la tajante respuesta siempre pronta a brotar como lava ardiente, instante a instante. Exabrupto no calculado estallando pueril, ante las correcciones que los demás suponían justas, lanzadas al viento de lo impensado. Tal como sucediera ese atardecer veraniego sofocante, durante la cena recién servida. La pregunta inesperada indujo al encono inesperado, provocó interrogantes en las miradas inquietas del entorno familiar. Silenciosos buscaban encontrar sus huidizos ojos, ocultos detrás de cada bocado, perdidos en desmenuzar los pocos alimentos con calculado asco. Su tozuda cabeza incli
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Nublado atardecer, anuncia destemplanza. Huyen gorriones. Pétalos rojos vuelan mansamente, perfuman rincones. Clavel del aire aferrado a la débil rama, vence al viento.

Aquí y ahora

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La aeronave debía partir en dos horas. La sala de embarque, como todas las de todos los aeropuertos del mundo, atestada. Regresos. Partidas. Infatigable ir y venir de viajeros. Hombres, mujeres, niños, jóvenes exaltados. Edades diversas, rostros inimitables, idiomas para muchos incomprensibles. Múltiples colores arropando cuerpos, nadie igual a nadie. Espaldas soportando el peso excesivo de bolsos, brazos arrastrando maletas. Diversidad. Algunos, reclinados pacientes en los asientos dispuestos en el recinto amplio, acristalado. Otros, sentados sobre el pavimento, cruzando rodillas, alargando piernas, según cada quién. Fijaban sus miradas abstraídos en la luminosidad que los conectaba con el resto del entorno. La mujer corría detrás del inquieto niño. Renovable gama de seres que desasosegados, serenos, apresurados, pululaban de un lugar a otro en busca de respuestas, de certezas. Las vibraciones inconfundibles de los motores durante la ascensión, el aterrizaje, encubrían temores, encend
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Canta el jilguero cristalina tonadas mañanera La blanca flor entrega sus pétalos. Verano ardiente. Ríe la brisa, despeina risos, alivia ansias. El surco generoso ahonda sus entrañas, recibe vida.

Nuevo rumbo

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Caminaba lentamente, evitaba el regreso al pretendido hogar. Recorría el parque ensimismado, la mirada perdida en los recodos del angosto sendero. La grava crepitaba debajo de sus pies, alertando. Lo acompañaban los sonidos pausados de la torcaza, el insistente trino de los pájaros. El cadencioso canto del benteveo confundido con el aleteo presuroso de las aves buscando refugio, reposo en los viejos árboles que alcanzaban alturas formidables, exuberante follaje del verano pleno. La brisa medrosa ondulaba apenas las disímiles hojas verdes, algunas moteadas de oro, otras escarlata. El atardecer instaba al sosiego. Las discusiones, la animosidad desplegada en los últimos tiempos por la mujer, lo sumergió en esa extraña calma que no lograba desentrañar, tampoco deseaba justificar. Estéril reconocer motivaciones. El almibarado diálogo que ella intentara en variadas ocasiones, reforzado especialmente en las primeras horas de esa esperada mañana, fomentaba embustes que sólo engañaban su ego,
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La lluvia perezosa restaña las heridas de la agotada tierra. El vientecillo juega, eriza las aguas quietas de la laguna. Diminutos seres, habitantes ignorados, pueblan charcos.
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  Diamantes infinitos refulgen en la noche. Oriente suspira. Amanecer insomne. Morados nubarrones diseñan fantasías.  

General Belgrano

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  Ayer te soñé. Primer verano. Poco después, otoño. Soñé la tierra, el esplendor de la arboleda, el jardín colmado de frutos, de flores rojas y blancas. El césped verde brillante rodeaba la casa. Sueño dorado que el Creador nos regalara. Te soñé invierno avanzado, cobijados a la lumbre de la leña encendida en la salamandra. Leña recogida entre raíces de álamos y añosos laureles, andando las calles del pueblo cubiertas de pedregullo y hierba, calles adormecidas por largas siestas, generosas en aromas tibios, cobijadas en radiante, celeste infinito. El Salado, plata y oro, según mediara la sombra escasa de los plátanos, irisadas sus aguas por el insistente viento sureño, acariciaba orillas, discurría campo abajo. Trinos, relinchos, mugidos, melancólicos cantos de torcazas. Llamados, algunos cercanos, otros apagados, atravesaban lejanos pastoreos, sembrados. La tarde derrochaba sol, coloridos diversos, mitigaba frío. Moradas protegidas por vetustas arboledas de anchos troncos casi eternos

El destello

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Allá, a lo lejos, el horizonte, inmaculado azul celeste. Aquí, hace algún tiempo, el regreso que apuntaló el error. Allá, a lo lejos y hace algún tiempo, la decisión equivocada, el paso inseguro, sin vuelta atrás. Aquél que todo lo tenía, aquél que por primera vez todo lo alcanzaba, todo lo perdió. Inútil las constantes preguntas expresadas, a veces en alta voz, en la penumbra de tu cuarto. Inútil indagar en el rincón escondido en algún lugar de tus pensamientos. Inútil andar y andar calles, cruzar esquinas, esquivar charcos, nada repara el error. El tiempo no lo mitiga, la certeza no lo anula, enfrentarlo no vale, mucho menos olvidarlo. Allí está, refulgiendo entre cenizas, alumbrando confusión. Allí estará por siempre en lo oculto del ser. Será presencia en la ausencia. Reproche en la sinrazón. Implacable, siempre la pregunta sin respuesta. Y sin embargo... En medio de lo irremediable, un destello en la noche, tibio rayo de sol en la mañana, acariciándote. La amplia senda te incita e

Fidelidad

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   A María Cristina Fidelidad Soñar despierta. Andar sin rumbo preciso por las callejuelas de la infancia. Compartimos la soledad tranquila del barrio, adormecidas siestas, aromos en flor. Fuiste dulce mensajera, la puerta golpeabas con pequeños, firmes puños, invitando al encuentro. Amiga, inquieta amiga, juntas dimos los pasos primeros, murmuramos las primeras palabras, juntas entramos de la mano a la niñez protegida. Compartimos casas, recorrimos patios, galerías, nuestras casas. Descubrimos juguetes de ojalata. Cantamos a gritos, la imaginación desatada. Saltamos a la cuerda, tocándonos a la mancha. Jugamos a las escondidas no tan acertadas. A la ronda, ronda, de la ronda mansa, a la prenda, prenda, que en el centro nos plantaba, soportando burlonas risas, de rojo las mejillas, timidez en la sonrisa. Unidas en la atropellada carrera, las rodillas arañadas, el viento levantaba nuestras faldas. Llegábamos sin aliento no más allá de tu puerta o de la mía. Tu puerta, tu casa, fue mía.

Testarudez

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  A Juan y Marita Testarudez Bendita testarudez. Bendita. Gracias a ella anduvieron rutas intransitables, sortearon caminos desérticos, cruzaron arroyos tumultuosos, generosos sembradíos. Ascendieron a alturas inauditas. Sobrevolaron ajenos continentes, océanos profundos. Descansaron sus pies firmes sobre el escalón primero de la primera escala en tierra habitada. Recorrieron recios, seguros, la probada trayectoria de sus sueños cumplidos. Trastabillaron muchas veces ante inesperadas dudas. Atravesaron fronteras de mundos inexplorados, sus íntimas fronteras. Bendita testarudez. Bendita. Ella los guio hacia aquello que son, aquello que intentan, aquello que en sueño proyectan. Aquello que nunca dejaran se pierda. Bendita testarudez. Bendita. Ella los guio hacia su esencia.
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Al atardecer, loros en la barranca vuelan ruidosos. Ronda de aves vigilando polluelos, profundos nidos. Llega el guardián. Prevenida bandada, vida a su paso.

Destino

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Amarrados a un destino. ¿Así es? ¿Amarrados al devenir de las horas, días, meses, tiempo sin tiempo? ¿Qué es, quizás, el destino sino aquello que estamos dispuestos a construir? Tal vez destino es lo que hacemos de nosotros mismos, de nuestra libertad que en libre albedrío nos fue dada para sumar paz o restar ignotas guerras, crear afectos sinceros o eternos desconsuelos. Arriesgar generosidad impensada o aridez renovada. Elegir alegres cantos, alejando ocultas lágrimas. Quizás sea transitar la ruta de los tumultos interiores, valorando humildad, coherencia, serena sabiduría, eligiendo bendecir, desoyendo rencores. ¿Cuánto más es construir nuestro destino? ¿Cuánto más es aceptar, saber, que no existen los designios? Tanto más, que, nadie, y mucho menos esto que escribo, es verdad absoluta que describa al destino. Vida, en libertad, se recorren tus caminos.
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  Las hojas caen despojando al fresno de su lozanía. Renovándose, renacen tejidos sueños, oculto ayer.
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  Leer poemas descubriendo al poeta en sus cánticos. Gozar el fluir de la bella poesía alumbrándonos.

Lo que no fue

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Esas cosas que me alejan de ti, extraño ser fraterno. ¿Cuáles fueron? ¿Cuáles son? Un mundo y nada. Lo que no fue y es. Las incumplidas falacias que los resbaladizos caminos transitados lograron apartar de la existencia incompleta. Lo bueno, lo malo. La tejida, intrincada red de desaciertos. El desconocimiento absoluto de la certeza que esquivabas, que aún esquivas. Lo que no aceptaste, no aceptas y sistemáticamente niegas. Tus desesperados esfuerzos por aquilatar la infantil imagen. Aquella a la cual, si te enfrentaras, quebraría en tu alma, delgado cristal, aquello que, con tanto ahínco, inútilmente intentaste conservar. Imagen infantil que a repudiar no te atreves, aunque sí arriesgas depositar sobre robustos hombros ajenos, el insaciable peso de tus inconsistencias. Despojado final al cual, sin advertirlo, te encaminas. Querrá una mano tendida ofrecerte sostén cálido. En ella encontrarás valor para refugiarte, coraje para alcanzar renovado empuje. Acomodo cierto.

Días plenos

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Que nada perturbe tu sueño niño de las ocho lunas navegadas en inquieto silencio. Descansa confiado en tu cálido, expandido nido, cerrados los ojos que desconocen luz y cielo, percibiendo tempranas caricias de quien te acuna en su vientre. De quien con tiernos cánticos, te mece en sus brazos, aún antes de sostenerte en ellos. Imaginándote en sueños. Soñándote apacible. Sonriéndote sin saberlo. Aquietando tiernas ansias en su templada espera. Murmurando dulces nombres que sólo a ti conciernen, que tuyos sólo son y tuyos serán, destinados a cobijarte en sucesivas lunas que alumbrarán tus largos, estrechos senderos, amplios valles. Bendiciendo tus días plenos, tus oscuridades, risas, llantos, errores, tus aciertos.

Flores antiguo

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¿A veces me pregunto quién se llevó mi corazón? Quizás aquella ronda infantil primera, la de la bella farolera. Quizás la colorida calesita girando al ritmo del vals porteño, perdida la inalcanzable sortija. Quizás aquel dibujo que la inquieta maestra apremiaba a entregar. Acaso fuera el impensado traslado que nos obligaba a abandonar infantiles apegos, dejar en el olvido que nunca fue tal, la casona vieja del Flores antiguo. Tal vez aquel singular principiante bizarro que estrenaba lisonjas, pretendido galán. Probablemente los afectos familiares que comenzaron uno a uno a remontarse en cuerpo y alma hacia celestiales moradas, acuñando irremplazables vacíos. Quizás… ¿por qué no?... los primeros desencantos, las fallidas caricias, los equivocados diálogos, el oportuno silencio, el reconocimiento del equívoco remediable. Posiblemente, los inhóspitos senderos que los agotados días cincelaron poco a poco, afirmando dudas, deshaciendo pasos. ¿Qué o quién fue? Algo de cada quién… un poco de
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Días de lluvia, lodo sobre los caminos. Reviven hierbas. Noche cálida. Blanca lechuza quieta sobre la rama. Vuelan gorriones picoteando larvas sobre el maizal. Cruza el campo el asustado zorro. Huida rauda. Las golondrinas diseñan círculos en la lejanía.  
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Las blancas nubes colmadas en el azul. Figuras níveas. Aguas abajo entre las rocas, el frío manantial. Mudo el ave duerme quieto sueño en su nido gris.
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  Rasga el cielo rayo de fuego tras el horizonte. Noche pampeana. Rancho iluminado dibuja sueños. Retumban truenos. Huye la culebra velozmente. Cae del nido ansiando volar solo. Primer intento. Amanece. El gallo despierta, sacude su roja cresta.

La verdad

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Había llegado a las montañas seguro de encontrar su lugar en ellas. Nada fue como lo previera. En lo más recóndito de su ser lo sabía, siempre lo supo, aunque no quiso saberlo. Cerrados los oídos, apretados los párpados, ni siquiera un mínimo destello de tal verdad lo atravesaba, aunque allí estaba. Pese al sobrehumano esfuerzo, la verdad se revelaba nítida, segura, inefable. ¿Quién podía obviarla? Nadie, menos que nadie, él. Tan clara era que hasta otros supieron verla. En su interior construyó casi una leyenda, una historia tan diferente que de puro diferente se perdía en los abismos inciertos de los reproches propios y ajenos. Mudos reproches adueñándose de sus días y de sus noches. Su conciencia los dictaba, su corazón los guardaba. Durante semanas las montañas desaparecieron tras la ficticia niebla de polvo acumulado, sofocante, esparcido por el viento norte hasta ocultar sus laderas elevadas. Tal como desaparecía en él la realidad que sus propios vientos negaban. Mucho tiempo tar

Hogar

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Vuelas alto ave, vuelas alto y más alto pequeño hornero, buscando cobijo en tu nido que más parece hogar de diestro orfebre que talla su oro para la amada y su prole. Tu nido de barro y paja será fuerte y cálido, encerrará pequeños huéspedes que piaran lastimeros, porfiados, exigiendo su alimento. Trinarán a su tiempo, a su tiempo volarán, a su tiempo serán concienzudos constructores de otros nidos de fango y hojarasca, donde crecerán retoños libres como el viento que los mecerá en el alto cielo dorado, en soleadas mañanitas. Hornero, tú lo sabes, tú conoces nuestro hermoso secreto, ese, hornero habilidoso, que tus alas llevarán lejos, muy lejos. Allá, donde mora el silencio.

Luciérnaga

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A Ignacio Luciérnaga El ángel de tu sonrisa todo lo encendió. Luces de vivos colores iluminaron el entorno. Luciérnagas relumbraron en la noche. La pequeña araña tejió telas de plata. Las rutilantes estrellas guiñaron cómplices reflejos. El sol amaneció oro entre encarnadas nubes. El río movilizó alegres sombras acariciando orillas. Fuiste alivio en los pesares, gozo recuperado. Abrigo en el desamparo. Esperanza fortalecida, ensueños cumplidos. Tu inocente sonrisa trastocó designios. Renovó olvidados bríos. Naciste, creciste, encandilados pases, deslumbrante magia. Tus admirados ojos reflejaron cielo. ¿Qué nuevos rumbos no hallar en ellos? ¿Cuáles maravillas no descubrir en el candor de tu riente mirada? Perderse en ella en busca del remoto ser que habitó alguna vez, en determinado tiempo. Reencontrarse en ella, a través de ella, asombro renacido, esencia prístina. Niño, el ángel de tu sonrisa todo lo encendió, todo lo modificó, todo, una vez más, fue restablecido.
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 Calla el ave duerme su quieto sueño en su nido gris. Fluye el agua entre dispares rocas frío manantial. Las blancas nubes disgregan henchidas figuras níveas. Volaron raudos hacia cálidas tierras batiendo alas.

Naturaleza

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Aún me queda la esperanza del mañana fructífero en largos despertares. Despertar de la tierra amodorrada, portentoso bostezo de las entrañas profundas de la revuelta mar. Despertar del soleado amanecer tras el persistente soplido del pampero, acuciante enemigo de huidizas neblinas. Reverberar primigenio de la naturaleza anticipando retoños, tímidos cantos, perezosos rugidos, breves sacudidas de pequeñas alas. Gorjeo altanero, alertando agudo, conminando a abandonar refugios. Sonrojado alborear. Avanza la mañana, despierta la vida al encanto cotidiano, al renacer perpetuo. Entrega mansa, oportuna. Renovada, prodigiosa esperanza.
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Extraña noche Sin luna ni estrellas Atraes quietud Crece la llama chisporrotean brillos abrigándonos. Ríen los niños su risa inocente clara y feliz. Cierro el libro de marchitadas hojas amarillentas. En la casona habitan los recuerdos plenos de vida.
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Emigran golondrinas anhelan calidez, cielos azules. Retrocede la tarde entrega ardor al cercano atardecer.

Invierno

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Este invierno te pienso. Te extraño. Te necesito para las otras estaciones del año. Si bien fue mío el decidir alejarme de lo soñado, también fue mía la soledad que atrajo el camino de la perdida. Y mía la voluntad férrea de no querer recuperarte. Acaso serán mías las consecuencias que sin duda de todo ello derive. Mía será la fortaleza, el andar erguido, perseverante. Mía la nostalgia, la tozudez, el equilibrio verdadero. Mía la sonrisa amplia, segura del hoy, del después indefinido, del triunfo alcanzado. El transcurrido invierno templará las siguientes estaciones del año, que no serán más que renovadas estaciones pródigas del alma. Estaciones del ser ilimitado.

Regalos

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A mis hijos Juan y Marita Regalos Ese regalo tuyo, deseado, esperado, soñado consuelo, henchida alegría. Atravesó audaces horas, recorrió juveniles etapas, enigmáticos instantes. No contaban el otro o los otros. No contaba el no ser o ser. Nada contaba la edad ni la premura. Importaba soñar despierta o dormida. Importaba abrir los brazos para recibirte. Extender el vientre para darte cabida, para dejarte crecer, para ayudarte a llegar, impulsarte a vivir. No fuiste el único regalo, dos, inmerecidos, fueron. Dos verdades entregadas, primero una, otra no mucho después. Dos vidas otorgadas por el Creador paciente. Dos vidas confiadas, a quien, como yo, tuvo la osadía de soñarlas, amarlas, más allá, mucho más allá, de mi propia soñada existencia.

Revelación

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¿Acaso no fue escaparle al destino? Noche incierta, inquieto sueño, revueltas sábanas azules. Amanecer morado descubriendo horas tempranas, inusuales. Pesadez en los párpados, la mirada descreída, posada sobre los cristales velados tenuemente por la blanca tela. Revelación inesperada. Vaivén temprano de la tupida rama del manzano, signo singular prematuro, despedida anticipada. Despedida en mí, silenciosa, atesorada, nacida de las palabras abruptas del decidor oscuro. Revelado futuro. Escaparle al destino.
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  Mañanita gris, cae la mansa llovizna sobre el ardor inesperado. Camino rumbos desconocidos, recorro tiempos vanos. Voy andando pausadamente, soñado terso cielo, alumbran risueñas edades. Vuelvo al hogar. Decidir vida, elegir vida, siempre. Amar vida hoy. Ser fruto y molienda, canto y oración, energía vital ilimitada. Vida. Hoy.

San Telmo

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Iluminada noche, farolas destellan amarillentas luces en las viejas calles, amalgamado caserío. Enseñoreadas paredes, pretendidamente embellecidas, trazos coloridos recordando tiempos de candombe. Esquinas de íntimos encuentros. Refugio de hambrientos intelectuales, anochecidos caminantes. Acre olor de sus veredas, pringoso olor, fruto del deambular descuidado, del que no sabe ni quiere saber, que cada rincón de su barrio le es propio, como propio es su lecho. San Telmo. Bolívar y Brasil. Casona de altos techos, columnata erguida, escalinata, galería. A contados metros el Lezama. Allí, entre los brazos de mi madre y el amoroso pecho de mi padre, estrené vida, aferrada a sus tibias manos inauguré inseguros pasos. San Telmo. Mi viejo barrio, orlado de glorias desvanecidas, resucitado en renovados callejones. Eres esto y mucho más.

Conjuro

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A Petra Presentía el llamado. Conjuro de la naturaleza toda. Elevada, celeste armonía del cambiante cielo. Inmensidad sobrecogedora. Abismos ahuecados en la misteriosa cordillera. Sol. Derrocha tonalidades en sus laderas, alumbra espejismos, resplandece en blancas eternidades. Colinas sinuosas de verdor rizado, surcadas por arroyos pedregosos. Salmodia de cantares cristalinos. Ondulada campiña madura, campechana. Infinitas llanuras delinean horizontes transmutados. Erecta meseta desplomada sobre arenas parduzcas. Mar sureño irritado, golpea peñascos, incapaz de enmudecer el grito espantado de numerosas aves, de interrumpir sus multicolores vuelos raudos alertando sensibilidades. Montañas, bosques, valles, ríos, cielo inefable. Vida cambiante, silvestre, conjuro inefable. Vida.
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  Si te hablaran de mi... ¿qué dirían? Todo y nada. No importa que afirmen. No importa que insinúen. Sólo importa escuchar aquello que mi corazón guarde. Importan los pensamientos libres, los sentimientos profundos. El abrazo sincero. Soy lo que soy, Aquello que no se bien qué soy. Vuelo rauda entre montañas y mar. Cabalgo ríos serpenteantes, anchos desiertos. Atravieso verdes valles, fértiles llanuras. El horizonte no me pertenece, hacia él voy como el viento cálido del norte. Comparto escritos, palabras sentidas, afectos. De nadie soy acreedora. Del Creador, deudora. Quien conozca mis rincones, mis anhelos, mis goces, podrá decir que me conoce. Y, eso, eso... ¿quién lo sabe? Si te hablaran de mí, todo y nada asegurar sabrían. Todo y nada.

Patria

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A Javier Patria ¡Que te han hecho Patria mía! Madre de brazos abiertos, donadora de tierras fértiles, de frutos entregados a quienes supieron cosecharlos. Engendradora de hijos sabios que recorrieron y recorren países lejanos, demostrando a quienes quisieran y quieran ver aquello que saben entregar los hijos de tu tierra, aquellos que igualaron tu generosidad sin fronteras. Engendradora de bienes abundantes. Señora de América toda, Señora del Mundo Creado. ¿Qué te han hecho Patria? ¿Por qué tus senos no fructificaron? ¿Por qué tu vientre no da frutos? ¿Por qué, Madre, Patria, hoy tus hijos gimen hambreados, sin consuelo, sin rumbo? Patria, cercenaron tus caminos, desangraron vidas, asolaron almas. Pero no será siempre así, Patria. Tus entrañas son fuertes, tus brazos poderosos. Resurgirás en el amanecer de nuevos tiempos, volverás a ser lo que fuiste liberadora de Mayo. Y tu vientre parirá frutos nuevos, frutos sanos, frutos que te abrazaran como nadie te ha abrazado.
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Nada me falta, nada deseo, si estás conmigo. Todo lo tengo, a todos bendigo, aunque a veces la humana fragilidad me lleve a añorar otros tiempos. De nadie me separo, a todos recibo, a todos deseo alcancen sus sueños El conoce lo que encierra mi corazón. Aquello que habita en mi conciencia. En Él mi alegría, en ÉL mi paz, mi FE. Cada uno encuentre su propia pacificación. Benditos todos, luz en sus vidas. Nada me falta, nada deseo, Si estás conmigo Señor de la Vida, todo lo tengo, todo lo elevo hasta alcanzar lo Verdadero.

Amiga

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Mañanita otoñal soleada, amaneciste poesía en mí y allí vas en diluidas palabras hacia ese nido amoroso, casita de paredes rojas, refugio de chocolate y arroz. Risas inocentes, llantos angustiosos, revuelo de gorjeos cristalinos. Pasitos inseguros, corridas arriesgadas que llevan a los primeros desaciertos, a las hazañas tempraneras. Nidito contenedor, donde tú, ángel materno, amparas sus tempranos balbuceos. Risas, lágrimas, mocos que embadurnan caritas todavía redondas, mofletudas. Corazoncitos que añoran a mamá, sus mamás, esas que descansan seguras en ti, sin advertir tu propio llanto, tu angustia escondida tras tu sonrisa generosa, tu agobio de luchas a las que alguien irreverente llamaría quijotescas, y a las que tu nombras conciencia. Conciencia nacida de tu corazón lleno de amor, ese, el que donas a manos limpias, sin que te importe tu dolor, ni los oscuros riesgos, ni envidias ajenas. A ese paraíso infantil me invitaste. En él entré quizás profana, indigna de tanto afecto, de
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Dorado árbol desnudo y dormido aún alumbras. Huelen a hierba y a noche húmeda la tierra y tú. Azul celeste cielo embanderado Patria de fiesta.

Siembra

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A Nicolás   Siembra Si esta lluvia te dijera hoy, perdido jardín lo mucho que te añoro, lo mucho que desearía recorrer cada uno de tus rincones que fueron sueños realizados. Esos que, lluvia, me ayudaste a revivir con tu auxilio bendecido. Sembré en tu desértico llano cada una de las semillas, regalos de Dios. Acaricié los retoños, hundí sus raíces en tu tierra preparada para recibirlos. Y fueron frutales generosos, coníferas perfumadas, fresnos delgados, y algunos más. Ellos nos cobijaron en las siestas veraniegas. Rocé con mis manos sucias de barro las increíbles rosas rojas y los manojos de las blancas, recreadas noblemente en cada primavera junto a aquellas otras maravillas que nos donaron sus perfumes y colores mimando nuestras horas, día a día. Escondrijo cantarino donde las aves pampeanas y de otras tierras distantes, aprendieron a adueñarse de tu suelo y de tu cielo, con sus vuelos alocados y una que otra emplumada batalla por derechos adquiridos. Y rodeaste la casa, creciste c
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  Hay un ocaso en el devenir azul del horizonte. Regar, esparcir, cosechar dulces frutos, sabores añorados. Ignotos rumbos recorre el arroyo tras albas sendas. La música, encanto revelado, íntimo goce. Hallar mágicos sonidos en la siesta. Revivir en ellos. La lluvia huyó dejando frías huellas sol entibiando riberas. Resiste el invierno. Avanza la tibieza florecida. 

Realidades

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Añoro aquellos domingos invernales, casi irresponsables. El sol entibiando las descuidadas calles de un Buenos Aires por naturaleza gris. Un conjunto de muchachas cantarinas. Juntas recorríamos con divertida fantasía muchos más senderos que nuestros pies kilómetros de asfalto. De tanto en tanto, nos parábamos en cualquier lugar, una esquina cualquiera, delante de una llamativa vidriera, parloteando chispeantes, desechando ocurrencias inesperadas arrojadas al aire, así, porque sí. La risa fácil, espontánea, destruía asomos de dudas. La carcajada juvenil nos abrazaba, nos perdonaba involuntarios desaires. Lejanos todavía los días del mañana impensado. Buenos Aires nos abarcaba, nos llevaba en gozo por anchas avenidas, admirados palacetes imitadores a sabiendas de arquitecturas parisinas. Espacios compartidos con modernas, altas torres edilicias, arracimadas flores, encantos en largos balcones. El atardecer pintaba luces de azul rojizo en plazas y parques sobre centenarios álamos, eucalip