Amiga


Mañanita otoñal soleada, amaneciste poesía en mí y allí vas en diluidas palabras hacia ese nido amoroso, casita de paredes rojas, refugio de chocolate y arroz.

Risas inocentes, llantos angustiosos, revuelo de gorjeos cristalinos.

Pasitos inseguros, corridas arriesgadas que llevan a los primeros desaciertos, a las hazañas tempraneras.
Nidito contenedor, donde tú, ángel materno, amparas sus tempranos balbuceos.

Risas, lágrimas, mocos que embadurnan caritas todavía redondas, mofletudas.

Corazoncitos que añoran a mamá, sus mamás, esas que descansan seguras en ti, sin advertir tu propio llanto, tu angustia escondida tras tu sonrisa generosa, tu agobio de luchas a las que alguien irreverente llamaría quijotescas, y a las que tu nombras conciencia.

Conciencia nacida de tu corazón lleno de amor, ese, el que donas a manos limpias, sin que te importe tu dolor, ni los oscuros riesgos, ni envidias ajenas.

A ese paraíso infantil me invitaste.

En él entré quizás profana, indigna de tanto afecto, de tantos regalos tiernos, de tanto amor inocente, de tantas manecitas extendidas, pegajosas de almuerzos abundantes.

Palomas picoteando el maíz de tu espléndida mano.

No pude corresponderte, no pude. Mi fragilidad lo impidió.

Pude, puedo abrazarte cuando necesites un refugio. Darte mi hombro para que descanses en él como en la almohada muelle.

Brindarte mi corazón libre, limpio de estúpidas competencias, de celos y envidias tontas.

Cuentas con mi afecto puro, con lo poquito que puedo darte.

Quise más pero no llegué amiga, hermana.

Bendigo infinitamente tu camino y te nombro como a aquella Otra, pequeña, arrugadita de cuerpo,
alma de Ángel, seguidora de Quién entrego también Su Vida por los más pequeños, de Quién anduvo entre balbuceos y gorjeos. 

Eres por siempre amiga, hermana, aunque sólo pueda darte versos, relatos, sentidas palabras, que sólo tu inspiraste.

Son tuyos, tuyos mis pocos esfuerzos. Tu guerrera senda sea pacificada.

Tu cabeza cansada descanse serena. Tu corazón encuentre alivio merecido.

 

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