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San Telmo

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Iluminada noche, farolas destellan amarillentas luces en las viejas calles, amalgamado caserío. Enseñoreadas paredes, pretendidamente embellecidas, trazos coloridos recordando tiempos de candombe. Esquinas de íntimos encuentros. Refugio de hambrientos intelectuales, anochecidos caminantes. Acre olor de sus veredas, pringoso olor, fruto del deambular descuidado, del que no sabe ni quiere saber, que cada rincón de su barrio le es propio, como propio es su lecho. San Telmo. Bolívar y Brasil. Casona de altos techos, columnata erguida, escalinata, galería. A contados metros el Lezama. Allí, entre los brazos de mi madre y el amoroso pecho de mi padre, estrené vida, aferrada a sus tibias manos inauguré inseguros pasos. San Telmo. Mi viejo barrio, orlado de glorias desvanecidas, resucitado en renovados callejones. Eres esto y mucho más.

Conjuro

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A Petra Presentía el llamado. Conjuro de la naturaleza toda. Elevada, celeste armonía del cambiante cielo. Inmensidad sobrecogedora. Abismos ahuecados en la misteriosa cordillera. Sol. Derrocha tonalidades en sus laderas, alumbra espejismos, resplandece en blancas eternidades. Colinas sinuosas de verdor rizado, surcadas por arroyos pedregosos. Salmodia de cantares cristalinos. Ondulada campiña madura, campechana. Infinitas llanuras delinean horizontes transmutados. Erecta meseta desplomada sobre arenas parduzcas. Mar sureño irritado, golpea peñascos, incapaz de enmudecer el grito espantado de numerosas aves, de interrumpir sus multicolores vuelos raudos alertando sensibilidades. Montañas, bosques, valles, ríos, cielo inefable. Vida cambiante, silvestre, conjuro inefable. Vida.
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  Si te hablaran de mi... ¿qué dirían? Todo y nada. No importa que afirmen. No importa que insinúen. Sólo importa escuchar aquello que mi corazón guarde. Importan los pensamientos libres, los sentimientos profundos. El abrazo sincero. Soy lo que soy, Aquello que no se bien qué soy. Vuelo rauda entre montañas y mar. Cabalgo ríos serpenteantes, anchos desiertos. Atravieso verdes valles, fértiles llanuras. El horizonte no me pertenece, hacia él voy como el viento cálido del norte. Comparto escritos, palabras sentidas, afectos. De nadie soy acreedora. Del Creador, deudora. Quien conozca mis rincones, mis anhelos, mis goces, podrá decir que me conoce. Y, eso, eso... ¿quién lo sabe? Si te hablaran de mí, todo y nada asegurar sabrían. Todo y nada.

Patria

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A Javier Patria ¡Que te han hecho Patria mía! Madre de brazos abiertos, donadora de tierras fértiles, de frutos entregados a quienes supieron cosecharlos. Engendradora de hijos sabios que recorrieron y recorren países lejanos, demostrando a quienes quisieran y quieran ver aquello que saben entregar los hijos de tu tierra, aquellos que igualaron tu generosidad sin fronteras. Engendradora de bienes abundantes. Señora de América toda, Señora del Mundo Creado. ¿Qué te han hecho Patria? ¿Por qué tus senos no fructificaron? ¿Por qué tu vientre no da frutos? ¿Por qué, Madre, Patria, hoy tus hijos gimen hambreados, sin consuelo, sin rumbo? Patria, cercenaron tus caminos, desangraron vidas, asolaron almas. Pero no será siempre así, Patria. Tus entrañas son fuertes, tus brazos poderosos. Resurgirás en el amanecer de nuevos tiempos, volverás a ser lo que fuiste liberadora de Mayo. Y tu vientre parirá frutos nuevos, frutos sanos, frutos que te abrazaran como nadie te ha abrazado.
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Nada me falta, nada deseo, si estás conmigo. Todo lo tengo, a todos bendigo, aunque a veces la humana fragilidad me lleve a añorar otros tiempos. De nadie me separo, a todos recibo, a todos deseo alcancen sus sueños El conoce lo que encierra mi corazón. Aquello que habita en mi conciencia. En Él mi alegría, en ÉL mi paz, mi FE. Cada uno encuentre su propia pacificación. Benditos todos, luz en sus vidas. Nada me falta, nada deseo, Si estás conmigo Señor de la Vida, todo lo tengo, todo lo elevo hasta alcanzar lo Verdadero.

Amiga

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Mañanita otoñal soleada, amaneciste poesía en mí y allí vas en diluidas palabras hacia ese nido amoroso, casita de paredes rojas, refugio de chocolate y arroz. Risas inocentes, llantos angustiosos, revuelo de gorjeos cristalinos. Pasitos inseguros, corridas arriesgadas que llevan a los primeros desaciertos, a las hazañas tempraneras. Nidito contenedor, donde tú, ángel materno, amparas sus tempranos balbuceos. Risas, lágrimas, mocos que embadurnan caritas todavía redondas, mofletudas. Corazoncitos que añoran a mamá, sus mamás, esas que descansan seguras en ti, sin advertir tu propio llanto, tu angustia escondida tras tu sonrisa generosa, tu agobio de luchas a las que alguien irreverente llamaría quijotescas, y a las que tu nombras conciencia. Conciencia nacida de tu corazón lleno de amor, ese, el que donas a manos limpias, sin que te importe tu dolor, ni los oscuros riesgos, ni envidias ajenas. A ese paraíso infantil me invitaste. En él entré quizás profana, indigna de tanto afecto, de
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Dorado árbol desnudo y dormido aún alumbras. Huelen a hierba y a noche húmeda la tierra y tú. Azul celeste cielo embanderado Patria de fiesta.

Siembra

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A Nicolás   Siembra Si esta lluvia te dijera hoy, perdido jardín lo mucho que te añoro, lo mucho que desearía recorrer cada uno de tus rincones que fueron sueños realizados. Esos que, lluvia, me ayudaste a revivir con tu auxilio bendecido. Sembré en tu desértico llano cada una de las semillas, regalos de Dios. Acaricié los retoños, hundí sus raíces en tu tierra preparada para recibirlos. Y fueron frutales generosos, coníferas perfumadas, fresnos delgados, y algunos más. Ellos nos cobijaron en las siestas veraniegas. Rocé con mis manos sucias de barro las increíbles rosas rojas y los manojos de las blancas, recreadas noblemente en cada primavera junto a aquellas otras maravillas que nos donaron sus perfumes y colores mimando nuestras horas, día a día. Escondrijo cantarino donde las aves pampeanas y de otras tierras distantes, aprendieron a adueñarse de tu suelo y de tu cielo, con sus vuelos alocados y una que otra emplumada batalla por derechos adquiridos. Y rodeaste la casa, creciste c
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  Hay un ocaso en el devenir azul del horizonte. Regar, esparcir, cosechar dulces frutos, sabores añorados. Ignotos rumbos recorre el arroyo tras albas sendas. La música, encanto revelado, íntimo goce. Hallar mágicos sonidos en la siesta. Revivir en ellos. La lluvia huyó dejando frías huellas sol entibiando riberas. Resiste el invierno. Avanza la tibieza florecida. 

Realidades

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Añoro aquellos domingos invernales, casi irresponsables. El sol entibiando las descuidadas calles de un Buenos Aires por naturaleza gris. Un conjunto de muchachas cantarinas. Juntas recorríamos con divertida fantasía muchos más senderos que nuestros pies kilómetros de asfalto. De tanto en tanto, nos parábamos en cualquier lugar, una esquina cualquiera, delante de una llamativa vidriera, parloteando chispeantes, desechando ocurrencias inesperadas arrojadas al aire, así, porque sí. La risa fácil, espontánea, destruía asomos de dudas. La carcajada juvenil nos abrazaba, nos perdonaba involuntarios desaires. Lejanos todavía los días del mañana impensado. Buenos Aires nos abarcaba, nos llevaba en gozo por anchas avenidas, admirados palacetes imitadores a sabiendas de arquitecturas parisinas. Espacios compartidos con modernas, altas torres edilicias, arracimadas flores, encantos en largos balcones. El atardecer pintaba luces de azul rojizo en plazas y parques sobre centenarios álamos, eucalip
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Esa mancha de humedad dibuja rondas, sueños no alcanzados, imaginación arrebatada. Sentimientos encontrados. Mil y una posibles imágenes. Aquellas que nos permitimos trazar en nuestros pensamientos, en nuestros frágiles encuentros con etéreas ficciones. Las que quisiéramos alcanzar con el alma erigida en mil divagados rumbos, añoradas, incontables fantasías.  

Ser

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  Si tuviera yo el coraje de andar sin tumbos, sin remordimientos. Sin culpas, sin otros sentires que aquellos que llevo a cuestas. Andar, andar, andar. Ser lo que quise ser, más allá de lo que otros quisieron fuera. Mucho más de lo que alguien creyera ver sin ver. Salir al encuentro de las maravillas soñadas, de los entuertos sabidos. Remontar sendas riesgosas, aventuradas nostalgias. Reconocer alegrías perdidas. Sanar tristezas ocultas en algún rincón del no quiero, no puedo, no soy. Liberar el sin sentido, la sinrazón, los desencantados días, las desveladas noches. Resurgir, alcanzar horizontes remotos, luminosos, imbuidos de tal luz que me perdiera en ellos. Destronar, vencer aquello que no es propio, aquello que no representa ni identifica, la peculiar esencia. Lograr lo no logrado, tenaz en la búsqueda. Gozar del reencuentro. Saber mansamente que, con premiado esfuerzo, se reedificó el rumbo, el todo. Ser, por fin, uno mismo.
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  Te encontré, maestra, amiga, inmerecido don otorgado atemperando vida. Regar la apacible siembra de la amistad agasajada. Dominar ira, torrente enfurecido, ante injusticias desbandadas. Sabia, humilde sabiduría, de aquél que sabe que saber es nada.

Saber

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¿Alguien sabe a ciencia cierta, qué es la belleza? El corazón henchido explota al encontrarse con ella. Arte, ciencia, naturaleza cambiante, viva. Sonidos, colores, imágenes, discurren dando sentido a lo Creado, conducidos de la mano por quienes atraviesan la total infinitud, cabalgando estrellas. Arte, ciencia, naturaleza, vida. Elegir es sentirse incompleto, inevitable adolecer del resto. Definirla, tarea ciclópea. Sus facetas, inagotables. No existe una sola forma de vislumbrarla, existen tantas como seres remontan la existencia plena. Nos detenemos ante lo sublime, ante aquello que es manantial inagotable de múltiples delirios. Aquello que nos conduce hacia la plenitud del alma, hacia tal levedad interior que creemos volar desplegadas las transparentes alas de nuestros exaltados sentimientos. Arte, ciencia, entera naturaleza, vida. Ilimitado don del Amoroso Hacedor revelado.
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Si mi almohada te contara... ¿Que? ¿Los torbellinos de mis pensamientos? Las esperanzas reconstruidas mil veces desvanecidas... Las mañanas sin respuestas. Las innumerables, desilusionadas horas. La ausencia de deseados bienes. Contarte. ¿Qué?

Ciclos

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Lo supe desde siempre. Que nada es lo que parece. Que el Universo fue creado fuego, piedra, lumbre, oscuridad. Infinitas mutaciones, transformaciones centelleantes, despojados ciclos. Desandar de abundantes manantiales. De desbastadoras sequías. De hielos invasores. Mucho después, energías vehementes transformaron confusión en vital aliento. Y fuiste renovada vida.

La sombra

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Era una mujer bonita. Caminaba lentos caminos interiores, desconocidos para ella, para muchos que la conocían de siempre, algunos de nunca. El viento templado mecía sus rizados cabellos que apenas rozaban sus hombros. Sus ojos dorados reflejaban el oscuro verde del colérico mar patagónico, inmisericorde. La oculta risa por momentos chispeaba en ellos. Su edad, la indefinida edad de los que ya pasaron la certeza de los años. La arena apenas tibia, volátil, castigaba sus pies, sus piernas desnudas. Su mano balanceaba el fino calzado que poco antes se quitara. La playa extensa, solitaria, era absolutamente suya, íntimamente suya. El sol todavía no la abrazaba, no necesitaba huir de él, dar marcha atrás. El horizonte desvaído, el áureo cielo azul sin nubes, ensanchaba indefinido su pecho. Respiraba profundo, aspiraba el salubre aroma que las olas derramaban inquietas, huidizas. Corrió tras ellas intentando retenerlas. La risa la acompañó festiva. Sin verla, la percibió. La sombra veloz la

Siesta

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A Katja Siesta Con un ramillete de violetas va saltando la niña, su blanco vestido ondea, remeda alas de paloma blanca. Sus largas trenzas rubias deshaciéndose en hebras. Recorre el ancho patio soleado, escasas sombras lo cubren. El parral extendido muestra renovadas hojas. Florecidos racimos predicen abundantes uvas. La brisa cálida. Primavera dando paso al verano. Su padre sembró sueños en el patio de la casa grande. Generosidad transformadora, cobijo de arbóreos frutos. La higuera reverente agranda sus ásperas hojas, diminutos higos prometen miel roja. La niña corre hacia ella, gira a su alrededor, incansable. Nadie la escucha, nadie la ve. La modorra envuelve la casa, la siesta perfuma aromas, la acunan trinos. La niña danza fantasías, se acerca al joven limonero, verdoso tronco. Se inclinan ante ella sus ramas delgadas, pesan los limones pintados de sol maduro, las brillantes hojas. La niña se detiene, sus ojos claros ríen, acompañan el gesto amoroso, su mano libre acaricia el tro

Dulces ojos

Ranita, tus saltitos sigilosos, te acercaron a mí. Tu extraña boca casi dibujando una sonrisa. Tus ojos diminutos, de fija, serena mirada. Tu pequeño cuerpo inmóvil. Eras apenas una sombra más en el verdor prolijo de aquel jardín oscurecido por añosa arboleda. Sentada, distraída por inútiles pensamientos, la quietud abarcándome, no te vi, hasta que te vi. Mis pies podían rozarte. Tus dulces ojos dijeron palabras que escuchó mi corazón. Te contesté teñida de asombro. Y allí te quedaste, en ese jardín prestado. Allí seguiste en mis memoriosos recuerdos. El hoy te trajo a mí una vez más.

Libre

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Mi felicidad se llama libertad. Libre como no lo fui, como deseo, como quiero serlo. Como esa nube que devora distancias. Como ese viento que acaricia verdes melenas, oscuros abismos azules de la mar espumosa. Libre como esas aves sin fronteras. Como el trote indómito del cerril pelaje dorado, que atraviesa acelerado, trotando prados, montes, arenas. Libre como lo soy, sin prejuiciosas barreras.

Secretos

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  ¿Qué movilizará en tu corazón este hoy lluvioso? ¿Qué murmurarán en tus oídos estos vientos lenguaraces? Acaso susurraran tus todavía pretendidos, ocultos secretos, aquellos que suponías custodiabas, libres de toda intrusión. Te equivocabas. Aquella tarde, veraniego sol, luminosa tarde temprana, en la curva de tus hombros se balanceaba la mentira escondida apenas tras la indiferencia melancólica. Recorrías el sendero que rodeaba la casa, recorrías infantiles ilusiones, una a una las acomodabas a tus tediosos pasos, sin reparar siquiera en quien, cerca, muy cerca tuyo, observaba tu muelle sonrisa, tu deslealtad acumulada. Eras y no eras lo que eras. Te recorrían benignos ojos que, de algún modo, razones buscaban, en tu mirada, en tu cuerpo, en tus acostumbradas chanzas. Tarde estival recostada sobre los campos, trigo maduro estallaba en vigor dorado. Mugidos acompasados, insistentes, en lontananza. Viento cálido, constante. La robusta arboleda, entrelazadas sus ramas, procuraba alivio

Aprendizaje

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Soledad. Ansiedad, confusión, angustia. Andar, desandar caminos. Días sin aparente sentido, noches de vigilias obligadas. Tiempo diluido en la supuesta nada. Tiempo probablemente perdido. Tal vez. Soledad. Tendré que reconocerte sabia constructora de senderos ascendentes, de reencuentros con maravillas abandonadas, con la luz juvenil que fui. Tal vez, soledad, aprenda a llamarte amiga, hermana. Quizás lo haga.

Homenaje

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Y te caíste.  Tu tronco y raíces astillados, despojados. Te rendiste ante el viento huracanado, vencida, desteñidas tus hojas rugosas. Rendida entregaste el dulzor de tus frutos no nacidos. Los sueños de lejanos terruños, las nostalgias de sabores perdidos, la melancolía del desarraigado sembrador que te elevó añorando otros cielos, esperando que los nuevos suelos, los nuevos cielos, las aguas dulces, te acogieran como él lo hizo, fervorosamente, con el mismo celo, aquel con el cual él te arropó. Y, sin embargo, no fuiste bien recibida por quienes siguieron su árido camino. Y ahora él y tu verdor, están juntos bajo la luz infinita, sin medido tiempo ni contados rumbos. Gozando eternidad.

El hornero y la calandria

  Recuerdos de infancia. El hornero y la calandria (fábula) El hornero construyó su casita de barro y paja sobre la gruesa rama del viejo árbol. Durante varios días amasó con esmero y cuidado, preparó su morada con amorosa destreza. Días amanecieron viendo crecer fuertes pichones, bien alimentados, cuidados por mamá y papá horneros. Algarabía en la emplumada familia. Más allá, sobre el delgado plátano, la calandria y su esposo revoloteaban alrededor del rudimentario nido y sus pequeños vástagos. Aquella tarde, papá hornero pensó en hacerles una cortés visita. Voló suavemente hacia ellos. Oscuros nubarrones asomaban sobre el apenas soleado horizonte.   –Buenas tardes, don calandria... Vea usted, no tardarán en llegar viento y lluvia. ¿Tiene usted seguro su nido? –Pues don hornero, confío en que aguantará el aguacero. Veré de asegurarlo mañana. –Don calandria, si usted lo permite, puedo ayudarle a reparar su nido. –Le agradezco don hornero, hoy quisiera disfrutar un poco más de este herm
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  ¿Por cuáles caminos deambula lo que fue, es y será? ¿Dónde salir a su encuentro? Aquí, allá, más allá. Tal vez, no sé.