Impredecible
Intentaré describir un instante de tiempo de mi ayer ingenuo, a pesar de ser por aquel entonces madre de un niño de ocho años y una niña de cinco. Mi padre había decidido cerrar la librería que regenteaba desde que memoria consciente poseo. Pesaban sobre él años de trabajo fatigoso, malestares de los que poco hablaba. Mi madre confiaba en sus decisiones. La librería había sido durante muchos años nuestra única fuente de ingresos providentes. En ella, mis hermanos y yo aprendimos el arte de comerciar honestamente. De ello dependía nuestro bienestar. La inquietud acaparó mis madrugadas desveladas. No admitía que esas puertas dejaran de abrirse. No admitía el cansancio de mi padre. Intenté suplirlo. Obtuve su consentimiento, deseché los interrogantes de mi madre. Entré en el santuario. Eso significaba para mí, lo era en muchos aspectos. Transcurrieron varios meses, eficientes, vivos. Renovaba impulsos, valoraba bienes recibidos. Fue aquello que fue; hasta esa tardecita primaveral. Mis