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Impredecible

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  Intentaré describir un instante de tiempo de mi ayer ingenuo, a pesar de ser por aquel entonces madre de un niño de ocho años y una niña de cinco. Mi padre había decidido cerrar la librería que regenteaba desde que memoria consciente poseo. Pesaban sobre él años de trabajo fatigoso, malestares de los que poco hablaba. Mi madre confiaba en sus decisiones. La librería había sido durante muchos años nuestra única fuente de ingresos providentes. En ella, mis hermanos y yo aprendimos el arte de comerciar honestamente. De ello dependía nuestro bienestar. La inquietud acaparó mis madrugadas desveladas. No admitía que esas puertas dejaran de abrirse. No admitía el cansancio de mi padre. Intenté  suplirlo. Obtuve su consentimiento, deseché los interrogantes de mi madre. Entré en el santuario. Eso significaba para mí, lo era en muchos aspectos. Transcurrieron varios meses, eficientes, vivos. Renovaba impulsos, valoraba bienes recibidos. Fue aquello que fue; hasta esa tardecita primaveral. Mis
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  Tiempo diluido, perdidas horas, escurridas entre dedos de manos abiertas. Desaparecidos minutos tras esgrimidas excusas, tortuosos senderos. Enredados días, confusos. Extraviados en aquello que se es, sin ser.
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  Destellan luces, remontan el infinito. Su resplandor templan melancolías, las que anidan desde siempre en lo oculto. Palpitante discurrir, eternos cambios. Atraparán lo que haya que atrapar. Renovaran desconocido Universo, pensamientos.  

Inquietudes

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Un puente. De niña me aterraba. Puente Pueyrredón viejo. El tranvía lo transitaba machacando vías. Mis ocho años temblaban. Alguien, no recuerdo quién, había rememorado ese domingo con máximos detalles, el accidente ocurrido en tiempos idos. Un tranvía había caído al Riachuelo rompiendo las barreras de contención. El relator debió ser aquel primo de papá, inagotable parlanchín, narrador de tragedias sin fin. En mi inocencia, rechazaba todo aquello que de él proviniera, aunque cada domingo era el invitado de honor en la casa noble, la de esos otros primos que más que parientes, para mi padre eran sangre de su sangre. En esa casa había sido cobijado cuando los aires de otro mundo lo empujaran al destierro voluntario. Las reuniones principiaban con juegos de naipes inocentes donde los hombres desahogaban gritos, risas y cuyos premios más costosos eran la mayor cantidad de legumbres secas dispuestas sobre la mesa. Las mujeres confabulaban en la cocina amasando exquisiteces de remotas hered

Singular anochecer

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Anoche el granizo sorpresivo golpeaba sobre las tejas del techo de mi dormitorio. De pie, junto a la cama, sin atreverme a nada, cerré los ojos. Extendí los brazos, las palmas de las manos hacia arriba. Rogué. Mi cuerpo alargándose hacia el Universo. Oración silenciosa. Pensé en los que todavía caminaban por las calles a la hora de los desvelos. Recibían sobre sus hombros semejante aporreo. Se cruzó por mi mente aquella pareja que de pronto, pocas semanas atrás, apareció por el barrio. Nos conmocionaron a todos. La mayoría de los vecinos procuraban no demostrar lo que sentían. Ocultaban críticas audaces, indiferencia mentirosa. A algunos los delataba determinado gesto de fastidio. Ellos llegaron al anochecer. Sus actitudes no condescendían con su desamparo. Traían con ellos un par de maletas caras, bolsos repletos impecables. Vestían ropas costosas. Su aspecto pulcro. Todo lo que con ellos venía, así como ellos mismos era refinado, elegante. Esperaron a que la pinturería de la esquina
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  Puedes hablar maravillas o no hacerlo. Puedes querer convencer a quien convencido no será. Contar fábulas, porque eso son tus andares, no más que fantasías lanzadas al viento. Intentarás magias donde existen eternas realidades. Querrás demostrar que tu egoísmo no es tal, que te mueves entre sabias verdades. Sin embargo, hay algo, algo con lo que no cuentas, algo que te descubre por entero sin que lo sepas, que demuestra lo que no sabrás ocultar. Eso, sin lugar a dudas, será el brillo de tus ojos.

Conquistas

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Primeras horas de un día tibio, primaveral, sin viento. El sol ascendía entre nubes grises. Primaba la somnolencia en cada una de ellas. El saludo matinal apenas audible; francos bostezos. Tres mujeres. Tres amigas conviviendo en poco espacio. Bastaba para refugiarlas del desamparo. El desayuno las unía durante algunos minutos. El tiempo justo. Intercambiar confidencias de última hora, mencionar al pasar lo poco o mucho que les esperaba a lo largo del día. Volverían a reencontrarse al atardecer tardío. Habían llegado de lejanos poblados. La ciudad las atraía. Iban al encuentro del futuro idealizado, aunque ello significara separarse de sus familias, amigos, costumbres. Las había unido una misma vocación. Ensoñaciones, largas horas de estudio. Conquistaron juntas las fronteras del magisterio. Llevaban pocos años ejerciendo el arte de conjurar abecedarios en infantiles bocas; guiar manitas inexpertas. Pocos años sanando entuertos caprichosos, magulladuras. Coincidían en una única razón d
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  Aquelarre. Deslumbrante espesura. Follaje vigoroso, lozano, corona arcaicos tallos. Luces, sombras, fuego, piedras. Muelles hojas caídas, crujen. Mágica reunión donde magia es ensueño. Donde ensueño es vida clara, noche oscura. Agitadas criaturas rodean lumbre, añaden sombras. Cánticos entrelazan gargantas, festivos cuerpos. Corazones palpitan rebeliones, atraen docilidades. Retumban ecos afables, ecos dolientes, ecos distantes. Mágicas manos atrapan vanidades. Revolotean sones. Atraviesan danzarines espectros que huir saben. Danzantes espíritus Lanzan al infinito risas cristalinas. Profundo azul destella innúmeros diamantes. Rientes ojos, centellas, envuelven umbrías formas. La hoguera estalla, chispas rojizas envían señales. Esotérica coreografía desata ocultos secretos, descubre hechizos, acecha al nigromante, abraza a la hechicera. No es ésta, noche de oscuridades, no lo es. Poco a poco llega a su fin. Desaparecerán jactancias, fantasmagorías. Sobre el infinito derramados rayos,