Conquistas


Primeras horas de un día tibio, primaveral, sin viento. El sol ascendía entre nubes grises.
Primaba la somnolencia en cada una de ellas. El saludo matinal apenas audible; francos bostezos.
Tres mujeres. Tres amigas conviviendo en poco espacio. Bastaba para refugiarlas del desamparo. El desayuno las unía durante algunos minutos. El tiempo justo. Intercambiar confidencias de última hora, mencionar al pasar lo poco o mucho que les esperaba a lo largo del día. Volverían a reencontrarse al atardecer tardío.
Habían llegado de lejanos poblados. La ciudad las atraía. Iban al encuentro del futuro idealizado, aunque ello significara separarse de sus familias, amigos, costumbres. Las había unido una misma vocación. Ensoñaciones, largas horas de estudio. Conquistaron juntas las fronteras del magisterio.
Llevaban pocos años ejerciendo el arte de conjurar abecedarios en infantiles bocas; guiar manitas inexpertas. Pocos años sanando entuertos caprichosos, magulladuras. Coincidían en una única razón de ser. Amaban la generosa posibilidad que cada día representaba, develar sabiduría en aquellos que a pesar de su corta edad, sabios eran. Amaban el revuelo de avecillas a su alrededor, los alborotos calmados.
Cerraron la puerta. Las vio salir a la calle, su mirada se fue tras ellas. Bolsas al hombro, acarreaban láminas enrolladas, libros de relatos mágicos.
Se quedó sola; saboreaba el café con leche. La mirada abarcaba, más allá de los cristales, la velocidad de los vehículos, personas; gestos inequívocos, tráfago diario.
Esa mañana definiría el resto de sus días por llegar.
El sabor amargo subió desde la garganta a sus labios. Había olvidado endulzar el café con leche.
Comprometida consigo misma, había optado. Realidades sólidas conminaban.
Escuela humilde de frontera, entroncada en los montes, allá en el norte.
Escuchó consejos. Soportó en silencio desacuerdos. No permitió que influyeran en lo que consideraba su elección consciente. Cada circunstancia, favorable o no, costara lo que costase, no retrocedería. Buscaba logros auténticos. Hacia allí se dirigió, llevaba consigo ansias juveniles.
La apabullaron la vegetación montaraz, el canto de aves libres, el susurro de palomas limpias. El saludo de manos oscuras, callosas. Sonrisas desdentadas. El abrazo, la bienvenida sencilla. Murmullos, gruñidos, pobreza. La vida vivida como mejor se pudiera.
Fue feliz con lo poco, eso que mucho fue. Envejeció entre ellos.
A cambio, la paz conquistada le entregó su mejor recompensa.

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