General Belgrano
Ayer, los proyectos cumplidos. Hoy, la remembranza. La tierra, la arboleda añosa, el esplendor de los frutales; las rosas blancas y rojas.
El césped bordeaba la casa. Aromas ensanchaban el pecho; los bebía como si la sed abrasara. Veranos intensos cedían ante los otoños y los inviernos no tardaban en dispensar escarchas.
Al anochecer, durante aquellos días calientes, caminábamos a lo largo del río. Las brisas norteñas esparcían olores de fango y verdes húmedos. El Salado, destellaba plata y otro, según mediara la sombra de la floresta, rizadas las aguas, dispuesto siempre a discurrir campo abajo, a invadir poblados cuando los vientos huraños quebraban ramas.
Las heladas llegaban y persistían. Eran tiempos de cobijarse frente a la salamandra, donde crepitaba la leña recogida en las horas inauguradas de la tarde, a los pies de los laureles longevos apoderados de las calles del pueblo, cubiertas de pedregullo blanco y hierbas cristalizados de frío. Horas de sol tibio que mitigaban heladas y acallaban sonidos; la primavera los recuperaba. Aumentaban trinos, mugidos, relinchos; insistían los benteveos, torcazas, y las aves pampeanas recobraban territorios. Durante el silencio nocturno, perseveraba el ulular de las lechuzas blancas y pequeñas, señoras de los campanarios. Rumores lejanos y constantes atravesaban las horas asoleadas y no dejaban de existir en las trasnochadas.
Cuando la siesta invadía el poblado, afloraran ardores, fríos, lluvias, vientos, sin importar cuál o qué, bien pertrechada, solía andar y andar callejas, montes, regocijada y contenida por la naturaleza que mimaba mis emociones.
Poco más diré acerca de estos días que fueron. Mucho más guardaré de lo entonces vivido; del placer hondo. De lo buscado y encontrado. De las ensoñaciones cumplidas. El universo en las manos, en el alma.
Cómo no soñarte, cómo no tenerte, cómo fue posible perderte; qué oscuridades alejaron bienes y gracias concedidas. No responderé a esas preguntas porque no he de volver a las tinieblas. Guardaré el sol en mí y eso será, deberá ser, suficiente y querible.
Ahora, acaso revivas en estas pocas frases que nacen de la pérdida, de la nostalgia que ronda y las locuras que guiaron otros pasos que en su momento se unieran a los míos y dispersaron el nosotros, convertido en lo tuyo y lo mío; en lo de cada quien. Locuras que, por fortuna, no destruyeron mis certezas; por el contrario, fortalecieron constancias y la necesidad de recuperar vida y sentido.
Las transformaciones interiores, el alejamiento obligado, no menguaron recuerdos ni alteraron las imágenes de aquellos días dorados e inalterables en mi memoria.
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