Fidelidad
Recuperar las callejuelas de la infancia. Juntas dimos los primeros pasos, murmuramos las palabras primeras, entramos a la niñez protegida. A la hora de la siesta, compartíamos la modorra del barrio; aromos florecidos, fresnos y sus semillas voladoras, a las que apodábamos “pajaritas” por esa imaginación prolífica que los niños echan a volar cuando así lo quieren. La terquedad era tu mensajera; con los puños golpeabas la puerta de mi casa, invitabas al encuentro. Descubríamos juegos, cantábamos a gritos, la imaginación desatada. Saltábamos a la cuerda, nos atrapábamos a la mancha; perseguíamos el misterio en la búsqueda de los escondites no tan acertados. Y giraba la ronda, ronda, la ronda mansa, la prenda, prenda, que en el centro nos plantaba. Rojas las mejillas, soportábamos las burlas que los otros niños reían, la timidez en nuestras sonrisas. Sin aliento, nos atropellábamos en las carreras, las rodillas arañadas, al viento las faldas. No nos estaba permitido lleg