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Mostrando las entradas de agosto, 2024

Fidelidad

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  Recuperar las callejuelas de la infancia. Juntas dimos los primeros pasos, murmuramos las palabras primeras, entramos a la niñez protegida. A la hora de la siesta, compartíamos la modorra del barrio; aromos florecidos, fresnos y sus semillas voladoras, a las que apodábamos “pajaritas” por esa imaginación prolífica que los niños echan a volar cuando así lo quieren. La terquedad era tu mensajera; con los puños golpeabas la puerta de mi casa, invitabas al encuentro. Descubríamos juegos, cantábamos a gritos, la imaginación desatada. Saltábamos a la cuerda, nos atrapábamos a la mancha; perseguíamos el misterio en la búsqueda de los escondites no tan acertados. Y giraba la ronda, ronda, la ronda mansa, la prenda, prenda, que en el centro nos plantaba. Rojas las mejillas, soportábamos las burlas que los otros niños reían, la timidez en nuestras sonrisas. Sin aliento, nos atropellábamos en las carreras, las rodillas arañadas, al viento   las faldas. No nos estaba permitido lleg

Destellos

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  Allá lejos, el horizonte azul. Aquí, hace algún tiempo, el regreso que apuntaló el error. Allá lejos y hace algún tiempo, la decisión equivocada, el paso inseguro, sin vuelta atrás. Aquel que todo lo tenía, que todo lo alcanzaba, todo lo perdió. Inútil las preguntas constantes, expresadas en alta voz o en la penumbra del cuarto. Inútil indagar en el rincón escondido dentro de sus pensamientos. Andar las calles de su soledad. Cruzar esquinas, eludir charcos, nada repararía el error, nada lo mitigaba, la certeza no lo anulaba, enfrentarlo no valía, mucho menos olvidarlo. Refulgía entre las cenizas. Sería presencia tangible, reproche en la sinrazón. Sin embargo, el destello en la noche, tibio rayo de sol al amanecer, incitaría a la esperanza. Aceptarse una vez más, no compondría lo hecho, eso, era pluma al viento. Ser compasivo consigo mismo, aseguraría benignidad a su entorno y afectos renovados. Bastaba un solo gesto; habría de otorgarlo. Bastaba nada más que una palabra,

San Telmo

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  Destellan luces íntimas en las calles, en el barrio que fue poesía y cantos   nocturnos. Paredes donde los trazos coloridos recuerdan candombes. Esquina de encuentros, amparo de intelectuales hambrientos y caminantes anochecidos. Acre hedor de sus veredas, secuela del abandono del que no sabe ni quiere saber que cada rincón le es propio, como propio es su lecho, su hogar. San Telmo; Bolívar y Brasil; casona de techos altos, columnata, galería,   escalinata. Erguida a contados metros del Lezama. Allí, entre los brazos de mi madre y el cuidado amoroso de mi padre, estrené vida, anduve los pasos inseguros de la niña que crecía y transitaba las calles de glorias desvanecidas, las que desembocaban a orillas del puerto de Buenos Aires, sobre las márgenes del Plata. San Telmo, existes en medio de lo cierto y lo mil veces, supuesto. Esto eres y mucho, mucho más.