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Mostrando las entradas de junio, 2024

Dulces Ojos

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  Tus saltitos sigilosos te acercaron a mí. Tu boca dibujaba la sonrisa y en los ojos diminutos, la mirada curiosa. Pequeña, inmóvil, eras apenas una sombra más en el verdor prolijo de aquel jardín oscurecido por la arboleda añosa. Sentada, distraída por pensamientos inútiles, no te vi, hasta que te vi. Mis pies podían rozarte. Tus dulces ojos, ranita, dijeron palabras que escuchó mi corazón, teñido de asombro silencioso. Y allí te quedaste, en ese jardín prestado. Allí seguiste en mis emociones   memoriosas. El hoy te trajo a mí una vez más.

Libre

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  Mi felicidad se llama libertad. Libre como no lo fui; como deseo y quiero serlo. Al igual   que la nube que devora distancia, el viento que acaricia verdes melenas y encrespa los abismos oscuros de la mar. Como las aves sin fronteras o el trote indómito del potro que atraviesa prados, montes, arenas. Libre, sin prejuiciosas barreras.

Secretos

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    Estío recostado sobre los campos. El trigo maduro doraba la siesta; girasoles vigilantes perseguían al sol. Mugidos insistentes acunaba laureles centenarios. ¿Qué murmuraban en tus oídos esos vientos lenguaraces? Acaso susurraran tus pretendidos secretos, los que creías libres de toda intrusión. Te equivocabas. Aquella tarde temprana, en la curva de tus hombros se balanceaba la mentira, apenas escondida tras tu indiferencia melancólica. Recorríamos juntos el sendero que rodeaba la casa sombreada y aromada por los frutales, acomodabas tus pasos, sin que repararas que en tanto te acompañaba para despedirte al cruzar la tranquera y darte el abrazo tras el que se iba mi alma, advertía tu sonrisa desleal y aceptaba dolida y silenciosa tus acostumbradas chanzas que bien sabía, ocultaban necedades. Según tus palabras, ibas   a la imprenta, tu logro mayor, tu orgullo; debías entregar un trabajo importante. Al subir al auto, aceleraste sin mirarme. El pueblo dormitaba su siesta a la

Aprendizaje

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  Soledad. Andar y desandar caminos. Confusión, angustia. Días sin aparente sentido, noches de vigilias obligadas; diluidas en la nada supuesta, en la probable pérdida. Así me sentía, además de ansiosa y extraviada en la niebla de mis sentimientos contradictorios. No es fácil ser mujer entera cuando la soledad abisma. Ni siquiera lo es para ti, hombre irresuelto, o para el niño que espera; para quien sea aquello que seas, incluso naturaleza fértil o desértica; trabajosa es la vida que va y va. Desde mi existencia frágil, soledad, decido reconocerte maestra sabia, constructora de mis senderos escarpados, de reencuentros con las maravillas que alguna vez abandoné. Elijo encender, una vez más, la luz juvenil que fui. Tal vez, soledad, aprenda a llamarte amiga, hermana.

Homenaje a la higuera que fue

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  Y te caíste. Tus raíces, tu tronco, astillados. Despojada de tus ramas, desteñidas tus hojas ásperas, entregaste el dulzor de tus frutos no nacidos. Te rendiste ante el huracán despiadado que la desidia humana provocara. Te elevaron la melancolía del desarraigado labrador, la añoranza de su   terruño, de los cielos lejanos   y los sabores perdidos. La esperanza de los suelos nuevos y las aguas dulces que sanaran su existencia; él te acogió y arropó con idéntico celo y fervor, tal como lo hiciera en las tierras distantes   donde naciera y creciera hasta que el horror las diezmó y él buscó horizontes de paz. Sin embargo, no fuiste bien querida por quienes heredaron la misión entrañable de cuidarte y favorecerte. Ahora, él y tu verdor, están juntos, abrazados por la luz infinita, sin tiempo medido ni rumbo marcado, en la gozosa eternidad de las ensoñaciones conquistadas.