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Si mi almohada te contara... ¿Que? ¿Los torbellinos de mis pensamientos? Las esperanzas reconstruidas mil veces desvanecidas... Las mañanas sin respuestas. Las innumerables, desilusionadas horas. La ausencia de deseados bienes. Contarte. ¿Qué?

Ciclos

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Lo supe desde siempre. Que nada es lo que parece. Que el Universo fue creado fuego, piedra, lumbre, oscuridad. Infinitas mutaciones, transformaciones centelleantes, despojados ciclos. Desandar de abundantes manantiales. De desbastadoras sequías. De hielos invasores. Mucho después, energías vehementes transformaron confusión en vital aliento. Y fuiste renovada vida.

La sombra

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Era una mujer bonita. Caminaba lentos caminos interiores, desconocidos para ella, para muchos que la conocían de siempre, algunos de nunca. El viento templado mecía sus rizados cabellos que apenas rozaban sus hombros. Sus ojos dorados reflejaban el oscuro verde del colérico mar patagónico, inmisericorde. La oculta risa por momentos chispeaba en ellos. Su edad, la indefinida edad de los que ya pasaron la certeza de los años. La arena apenas tibia, volátil, castigaba sus pies, sus piernas desnudas. Su mano balanceaba el fino calzado que poco antes se quitara. La playa extensa, solitaria, era absolutamente suya, íntimamente suya. El sol todavía no la abrazaba, no necesitaba huir de él, dar marcha atrás. El horizonte desvaído, el áureo cielo azul sin nubes, ensanchaba indefinido su pecho. Respiraba profundo, aspiraba el salubre aroma que las olas derramaban inquietas, huidizas. Corrió tras ellas intentando retenerlas. La risa la acompañó festiva. Sin verla, la percibió. La sombra veloz la

Siesta

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A Katja Siesta Con un ramillete de violetas va saltando la niña, su blanco vestido ondea, remeda alas de paloma blanca. Sus largas trenzas rubias deshaciéndose en hebras. Recorre el ancho patio soleado, escasas sombras lo cubren. El parral extendido muestra renovadas hojas. Florecidos racimos predicen abundantes uvas. La brisa cálida. Primavera dando paso al verano. Su padre sembró sueños en el patio de la casa grande. Generosidad transformadora, cobijo de arbóreos frutos. La higuera reverente agranda sus ásperas hojas, diminutos higos prometen miel roja. La niña corre hacia ella, gira a su alrededor, incansable. Nadie la escucha, nadie la ve. La modorra envuelve la casa, la siesta perfuma aromas, la acunan trinos. La niña danza fantasías, se acerca al joven limonero, verdoso tronco. Se inclinan ante ella sus ramas delgadas, pesan los limones pintados de sol maduro, las brillantes hojas. La niña se detiene, sus ojos claros ríen, acompañan el gesto amoroso, su mano libre acaricia el tro

Dulces ojos

Ranita, tus saltitos sigilosos, te acercaron a mí. Tu extraña boca casi dibujando una sonrisa. Tus ojos diminutos, de fija, serena mirada. Tu pequeño cuerpo inmóvil. Eras apenas una sombra más en el verdor prolijo de aquel jardín oscurecido por añosa arboleda. Sentada, distraída por inútiles pensamientos, la quietud abarcándome, no te vi, hasta que te vi. Mis pies podían rozarte. Tus dulces ojos dijeron palabras que escuchó mi corazón. Te contesté teñida de asombro. Y allí te quedaste, en ese jardín prestado. Allí seguiste en mis memoriosos recuerdos. El hoy te trajo a mí una vez más.

Libre

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Mi felicidad se llama libertad. Libre como no lo fui, como deseo, como quiero serlo. Como esa nube que devora distancias. Como ese viento que acaricia verdes melenas, oscuros abismos azules de la mar espumosa. Libre como esas aves sin fronteras. Como el trote indómito del cerril pelaje dorado, que atraviesa acelerado, trotando prados, montes, arenas. Libre como lo soy, sin prejuiciosas barreras.

Secretos

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  ¿Qué movilizará en tu corazón este hoy lluvioso? ¿Qué murmurarán en tus oídos estos vientos lenguaraces? Acaso susurraran tus todavía pretendidos, ocultos secretos, aquellos que suponías custodiabas, libres de toda intrusión. Te equivocabas. Aquella tarde, veraniego sol, luminosa tarde temprana, en la curva de tus hombros se balanceaba la mentira escondida apenas tras la indiferencia melancólica. Recorrías el sendero que rodeaba la casa, recorrías infantiles ilusiones, una a una las acomodabas a tus tediosos pasos, sin reparar siquiera en quien, cerca, muy cerca tuyo, observaba tu muelle sonrisa, tu deslealtad acumulada. Eras y no eras lo que eras. Te recorrían benignos ojos que, de algún modo, razones buscaban, en tu mirada, en tu cuerpo, en tus acostumbradas chanzas. Tarde estival recostada sobre los campos, trigo maduro estallaba en vigor dorado. Mugidos acompasados, insistentes, en lontananza. Viento cálido, constante. La robusta arboleda, entrelazadas sus ramas, procuraba alivio

Aprendizaje

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Soledad. Ansiedad, confusión, angustia. Andar, desandar caminos. Días sin aparente sentido, noches de vigilias obligadas. Tiempo diluido en la supuesta nada. Tiempo probablemente perdido. Tal vez. Soledad. Tendré que reconocerte sabia constructora de senderos ascendentes, de reencuentros con maravillas abandonadas, con la luz juvenil que fui. Tal vez, soledad, aprenda a llamarte amiga, hermana. Quizás lo haga.

Homenaje

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Y te caíste.  Tu tronco y raíces astillados, despojados. Te rendiste ante el viento huracanado, vencida, desteñidas tus hojas rugosas. Rendida entregaste el dulzor de tus frutos no nacidos. Los sueños de lejanos terruños, las nostalgias de sabores perdidos, la melancolía del desarraigado sembrador que te elevó añorando otros cielos, esperando que los nuevos suelos, los nuevos cielos, las aguas dulces, te acogieran como él lo hizo, fervorosamente, con el mismo celo, aquel con el cual él te arropó. Y, sin embargo, no fuiste bien recibida por quienes siguieron su árido camino. Y ahora él y tu verdor, están juntos bajo la luz infinita, sin medido tiempo ni contados rumbos. Gozando eternidad.

El hornero y la calandria

  Recuerdos de infancia. El hornero y la calandria (fábula) El hornero construyó su casita de barro y paja sobre la gruesa rama del viejo árbol. Durante varios días amasó con esmero y cuidado, preparó su morada con amorosa destreza. Días amanecieron viendo crecer fuertes pichones, bien alimentados, cuidados por mamá y papá horneros. Algarabía en la emplumada familia. Más allá, sobre el delgado plátano, la calandria y su esposo revoloteaban alrededor del rudimentario nido y sus pequeños vástagos. Aquella tarde, papá hornero pensó en hacerles una cortés visita. Voló suavemente hacia ellos. Oscuros nubarrones asomaban sobre el apenas soleado horizonte.   –Buenas tardes, don calandria... Vea usted, no tardarán en llegar viento y lluvia. ¿Tiene usted seguro su nido? –Pues don hornero, confío en que aguantará el aguacero. Veré de asegurarlo mañana. –Don calandria, si usted lo permite, puedo ayudarle a reparar su nido. –Le agradezco don hornero, hoy quisiera disfrutar un poco más de este herm
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  ¿Por cuáles caminos deambula lo que fue, es y será? ¿Dónde salir a su encuentro? Aquí, allá, más allá. Tal vez, no sé.