Orgullosa ternura
Noche recogida. Retrotrae al pasado y transporta al domingo soleado, uno de los tantos domingos de la infancia, A cierta tarde calurosa y a los aullidos maternos semejante a tempestades, las que predecían el llanto primero. Llegaste; bella, rolliza, abiertos los ojos oscuros que iluminaban las mejillas de un rojo inconcebible en piel alguna. Entré a la habitación prohibida; aún resonaban quejidos, aromaban olores extraños. No dejé que me detuvieran. Por entonces, era nada más que una niña en busca de satisfacer curiosidades y afectos; no aceptaba negativas. Arrasé con las protestas adultas, profeticé vientos patagónicos que en un futuro impensado revolverían tus cabellos. Tu madre me regaló la sonrisa cansada; confiada, permitió mi audacia infantil. Te sostuve en mis brazos, contra mi pecho exiguo; atrapaba tu tibieza y te olía. Perfumabas a niña recién nacida. Atravesé la puerta contigo en mis brazos. Dejé atrás lamentos y te acuné a lo largo del patio sombreado por la parra