Orgullosa ternura

 


Noche recogida. Retrotrae al pasado y transporta al domingo soleado, uno de los tantos domingos de la infancia, A cierta tarde calurosa y a los aullidos maternos semejante a tempestades, las que predecían el llanto primero.

Llegaste; bella, rolliza, abiertos los ojos oscuros que iluminaban las mejillas de un rojo inconcebible en piel alguna.

Entré a la habitación prohibida; aún resonaban quejidos, aromaban olores extraños. No dejé que me detuvieran. Por entonces, era nada más que una niña en busca de satisfacer curiosidades y afectos; no aceptaba negativas. Arrasé con las protestas adultas, profeticé vientos patagónicos que en un futuro impensado revolverían tus cabellos.

Tu madre me regaló la sonrisa cansada; confiada, permitió mi audacia infantil. Te sostuve en mis brazos, contra mi pecho exiguo; atrapaba tu tibieza y te olía. Perfumabas a niña recién nacida. Atravesé la puerta contigo en mis brazos. Dejé atrás lamentos y te acuné a lo largo del patio sombreado por la parra, orgullo del abuelo. Ignoré la mirada y los dichos de los parientes que creían poseer derechos, esos que a nadie más que a mí, pertenecían, los que mis rebeldías me otorgaban. Ignoraba negativas.

Te conduje a tu primera caminata, por la cual todavía me enorgullezco. Durante aquella siesta de febrero que no fue siesta, el impertinente rayo de sol acarició tu piel roja.

Detrás de todas las semblanzas que la existencia a veces benigna, otras tortuosas, permite, existía la que se empeñaba en demostrar que crecías sin freno o con él. Dejaste atrás los asombros, te enredaron las incomprensiones familiares, los laberintos de la adolescencia que desembocaran en la mujer heroica mecida por ideales quiméricos. Revelada en ti la madre amorosa, sostenedora de balbuceos, llantos que dejaron de serlo para transformarse en exigencias adultas, las que tu propia adultez, abriga generosa.

En este presente que discurre, la remozada siesta otoñal regresa ternuras. Atrapan, todavía, los ojos oscuros, centelleantes, de aquel ser que fuiste. Una vez más, soy receptora del asombro.

Los desvelos de mis noches, no anularon imágenes, te devuelven a mí como un manojo de ensueños. Vuelvo a ser la que fui, niña firme,  porque tú te asomas transmutada en ese leve atadillo rosado que sostuvieron mis afanes del ayer.

Renaces en los cantares del presente.

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