General Belgrano
Ayer, los proyectos cumplidos. Hoy, la remembranza. La tierra, la arboleda añosa, el esplendor de los frutales; las rosas blancas y rojas. El césped bordeaba la casa. Aromas ensanchaban el pecho; los bebía como si la sed abrasara. Veranos intensos cedían ante los otoños y los inviernos no tardaban en dispensar escarchas. Al anochecer, durante aquellos días calientes, caminábamos a lo largo del río. Las brisas norteñas esparcían olores de fango y verdes húmedos. El Salado, destellaba plata y otro, según mediara la sombra de la floresta, rizadas las aguas, dispuesto siempre a discurrir campo abajo, a invadir poblados cuando los vientos huraños quebraban ramas. Las heladas llegaban y persistían. Eran tiempos de cobijarse frente a la salamandra, donde crepitaba la leña recogida en las horas inauguradas de la tarde, a los pies de los laureles longevos apoderados de las calles del pueblo, cubiertas de pedregullo blanco y hierbas cristalizados de frío. Horas de sol tibio que mitigab