Nuevo Rumbo
Caminaba pausado. Evitaba el regreso al pretendido hogar,
Transitaba el parque ensimismado, la mirada perdida en los recodos del sendero. La grava alertaba debajo de sus pies. Lo acompañaban los trinos de los pájaros, el llamado de la torcaza, de los benteveos, confundidos con aleteos apresurados en busca del refugio que el follaje proponía.
La animosidad desplegada en los últimos tiempos por la mujer, lo sumergió en esa calma empecinada que no lograba desentrañar ni justificar. El diálogo que ella intentara en varias ocasiones, en contraposición a sus agresividades, reiniciado en las primeras horas de esa mañana, de algún modo esperado por él, fomentaba embustes, aquellos que sólo engañaban al ego femenino, ese que trasuntaba a pesar de sí misma y sus artificios.
Sin duda, él los permitió, los prolongó, enlazado a intrigas circunstanciales. De ella lo habían seducido su activa inteligencia, sus sabores, sus olores; halagado, lo envolvían, frenaban realidades. Entre ambos no existían acuerdos, honduras, esos que él buscaba y había esperado hallar en ella, esos que tal vez, fueran mitos creados por sus ansiedades y en los que, obstinado, aún creía.
Ahora, de pronto, regresaba a lo verdadero. Reconocía las señales en el crepúsculo apacible. Nada era para siempre; eso decían los que opinaban basados en sus experiencias cotidianas; aunque él sospechaba que aseverar tal cosa no fuera correcto. A veces era posible obtener lo ansiado.
Había equivocado expectativas, empujado por los deseos perecederos. Cambiaría rumbo, enfrentaría el fracaso; renovaría oportunidades desde aquellos sentires que valoraban profundidades. Enderezó los hombros; convicción y seguridad acompañaron la edad consciente.
La bandada de gorriones desapareció en la arboleda. El parque silenciaba sendas.
Él regresaría a lo cierto de todo lo cierto, a aquello que moraba en su interior.
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