Remontar tiempos
Fin de semana ciudadano igual a tantos que fueron.
Gente errando de un lugar a otro, transeúntes entusiastas de parques, plazas, lugares donde una parte insuficiente de la naturaleza preservada intentaba paliar el calor agobiante.
Esa mañana, como solía hacerlo de tanto en tanto, fue al encuentro de la ciudad abrumadora; iba en busca de los seres que amaba. Renacía junto a ellos. Llegaba, compartía, se marchaba. Apenas permanecía durante un tiempo insuficiente, el suspiro de un instante fugaz.
Ellos vivían sus vidas estrenadas, ajetreadas, sus necesidades de pergeñar proyectos familiares. Ley de vida.
Ella sólo aspiraba a compartir una ínfima parte de sus existencias; remontaba otros días, otras horas.
Al final de aquellas jornadas regresaría a lo suyo. Como siempre, igual que siempre, la nostalgia inevitable acompañaba el regreso.
Caminó las calles que la guiaban hacia el lugar donde aguardaba el microbús que la regresaría al amparo escogido.
Dejaron atrás centros habitados.
Cambiaban aires, la campiña afloraba pacificada. Franqueaban la noche quieta. El horizonte, ascuas imperecederas.
Disfrutaba de esas tres horas de viaje; la aguardaban los perfumes campestres, los susurros de otras vidas.
Descendió cerca de la medianoche. El microbús desapareció detrás de la curva del camino.
Durante un momento valioso permaneció inmóvil. Observó los campos sumidos en las sombras. Percibió la aparente quietud envolvente. Apenas unos metros más adelante comenzaba la zona habitada; las primeras casas del pueblo. Luces encendidas en alguna que otra ventana. Calles iluminadas donde por lo general a esa hora nadie transitaba.
A sus espaldas escuchó el murmullo tranquilo de las aguas claras del río cobijado por la vieja arboleda. Aspiró con fruición el aire lozano; olorosa vegetación húmeda.
Desde allí distinguía su casa oculta por los frutales generosos. Por cada árbol que plantara sembró sueños de verdor.
Por fin se decidió a cruzar la ruta. Urgía llegar al hogar.
Empujó la tranquera que abría hacia los rosales. Todo allí formaba parte de deseos cumplidos.
La esperaba, no la defraudó. El ulular suave, repetitivo. La plumosa criatura blanca, dueña de campanarios poblanos, esa noche y tal como la descubriera en otras noches serenas, se apoyaba erguida sobre el ángulo del tejado. La reconocía y esperaba ser reconocida; la devolvía a ese lugar que anhelaba suyo para siempre.
Alguien más recorría el interior de la casa iluminada. Alguien que transformó el siempre en quizás y fue nunca.
Ella siguió su transitar como mejor le fue dado.
Aquél lugar permaneció atesorado en el rincón donde no son posibles los olvidos.
Que hermoso relato me traslade en ese camino de la gran cuidado al paraíso
ResponderBorrarGracias!!!... Nelly
BorrarZuly Suarez
ResponderBorrarGracias Zuly!! Nelly
BorrarHermosa descripción. Se está ahí. Se transita con el.personaje. Cris
ResponderBorrarGracias Cris !!!!!... Nelly
BorrarHermoso relato! Me encantó la frase final:”…atesorado en el rincón donde no son posibles los olvidos”. Realmente bellísima. Felicitaciones , Nelly
ResponderBorrarGracias !!!... Nelly
BorrarBellisimo t
ResponderBorrarRelato digno de un alma sensible que describe como nadie las emociones internas. Bravo Nelly
Gracias !!!.... Nelly
BorrarGracias a mis dos últimos comentarios anónimos del 3 de septiembre de 2023. Hubiera querido identificarlos. Abrazo. Nelly
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