El hornero y la calandria (fábula)
El hornero construyó su casa de barro y paja sobre la gruesa rama del jacarandá. Durante varios días amasó y edificó su morada diestro y seguro.
Días amanecieron, crecieron pichones bien alimentados, cuidados por mamá y papá horneros. Aumentaba la algarabía en la emplumada familia.
Varios metros más allá, alrededor del plátano, revoloteaban la calandria y su esposo, sin perder de vista el nido de paja donde chillaban sus pequeños vástagos.
Aquella tarde, papá hornero pensó en hacerles una visita de cortesía y buena voluntad. Voló hacia ellos. Lo preocupaban los oscuros nubarrones que avanzaban lentos desde el horizonte.
Saludó afable.
—Les debía esta visita, don Calandria... Me preocupan esas nubes, no tardarán en llegar viento y lluvia… ¿Necesita ayuda?
—Descuide don Hornero, gracias… Esas nubes no me asustan… Hoy aprovecharé este hermoso sol; le aconsejo que haga usted lo mismo, disfrute amigo.
El hornero sacudió amable las alas y regresó a su nido. Las nubes oscuras se acercaban rápidas.
Una hora más tarde, el viento aullaba; la cortina de agua, desplomada sobre el bosquecillo. El hornero previsor junto a su familia, desde su refugio sólido, vio derrumbarse el hogar de las calandrias. Lo entristecieron sus propias conclusiones; era difícil escapar de ciertas realidades.
Holgazanería y prevención no suelen transitar el mismo camino.
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