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El hornero y la calandria (fábula)

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  El hornero construyó su casa de barro y paja sobre la gruesa rama del jacarandá. Durante varios días amasó y edificó su morada diestro y seguro. Días amanecieron, crecieron pichones bien alimentados, cuidados por mamá y papá horneros. Aumentaba la algarabía en la emplumada familia. Varios metros más allá, alrededor del plátano, revoloteaban la calandria y su esposo, sin perder de vista el nido de paja donde chillaban sus pequeños vástagos. Aquella tarde, papá hornero pensó en hacerles una visita de cortesía y buena voluntad. Voló hacia ellos. Lo preocupaban los oscuros nubarrones que avanzaban lentos desde el horizonte.    Saludó afable. —Les debía esta visita, don Calandria... Me preocupan esas nubes, no tardarán en llegar viento y lluvia… ¿Necesita ayuda? —Descuide don Hornero, gracias… Esas nubes no me asustan… Hoy aprovecharé este hermoso sol; le aconsejo que haga usted lo mismo, disfrute amigo. El hornero sacudió amable las alas y regresó a su nido. Las nubes osc

Duendes

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  Regresan duendes, andariegos espíritus. Regresan, una vez más. Y otra, otra vez lo harán. Convocados por soñadores, desbordados corazones. Están aquí. Atraviesan altas cumbres, cimbreantes espesuras, sus pies hundidos en la hojarasca. Sus voces entonan ancestrales cantigas. Imprimen a sus pasos constante ritmo. El claro del bosque acerca la pausa. Susurran hadas, Danzan, ríen, confabulan. Fuegos extendidos colorean presencias. Rebullen magias, retozan ingenios.

Sueños soñados

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  Pensamientos azules, diáfanos. La acompañaban sus deseos, vibraban. Especialmente cuando andaba las calles de su luna interior, las que destellaban hasta atrapar su espíritu y colgarlo de ilusiones que se empeñaban en no perder. Esa especie de empecinados extremos; acariciando lindes de ingenuidad, de credulidad. Ella era así, incoherente, ansiosa, ilusa por demás, emotiva y crédula, crédula, crédula. No se convencía que la perfección no le pertenecía a este planeta que giraba y giraba sosteniendo bienes, males, en una especial simbiosis de fuego y agua. Reconstruyéndose a sí mismo, obstinado. Ella soñaba con paraísos perdidos, recuperados. Providencias espirituales, físicas, materiales, repartidas por igual entre los seres que animaban su superficie. Con derechos ejercidos desde los afectos, que no dañaran otros derechos. La sonrisa elevada a tiempo, sanadora, consistente, real. El abrazo contenedor que arrasara soledades. La paz interior que acortara distancias, derrumba

Soles

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  Soles, saludan atardeceres, cielos azafranados, imágenes fantásticas de ojos célicos. Soles, avivan presencias, engrosan semillas, colorean encantos intangibles. Restallan en las plumas de los colibríes, iridiscentes. Vagan por vastedades fértiles, aguzan rumbos, vigores, ensueños. Hoy, todavía, entibian inquietudes.

Presencias encantadas

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  Eran dos hermanas de un total de siete hermanos entre otros que ángeles fueron. Quizás sumaran diez, quizás. De eso, en aquellas sinuosidades del ayer, se cuidaban de hablar, aunque no de murmurar. Para los más pequeños mucho era lo vedado. Preservarlos. Preservar inocencias que de tanto preservarlas, sugerían picardías que nada tenían de inocentes. Los siete, hijos de tío Antonio, hermano de mi abuela paterna y padre elegido en esta tierra que los albergara a todos, sin límites. Mi padre, considerado por su tío como un hijo más, aceptado con amor y realidades materializadas. Casa familiar, la de ellos. De portales abiertos, condicionados. Quien los traspasara debía reconocer confines. Entraba a un ámbito donde la vida se vivía a fondo desde la verdad sencilla, no siempre fácil. Tío Antonio perdió su mujer siendo aún joven. En consecuencia, los siete hermanos a su madre en una época en la cual las decisiones, las responsabilidades, incluían no sólo a adultos sino ta