Sueños soñados

 


Pensamientos azules, diáfanos.

La acompañaban sus deseos, vibraban. Especialmente cuando andaba las calles de su luna interior, las que destellaban hasta atrapar su espíritu y colgarlo de ilusiones que se empeñaban en no perder. Esa especie de empecinados extremos; acariciando lindes de ingenuidad, de credulidad.

Ella era así, incoherente, ansiosa, ilusa por demás, emotiva y crédula, crédula, crédula.

No se convencía que la perfección no le pertenecía a este planeta que giraba y giraba sosteniendo bienes, males, en una especial simbiosis de fuego y agua. Reconstruyéndose a sí mismo, obstinado.

Ella soñaba con paraísos perdidos, recuperados. Providencias espirituales, físicas, materiales, repartidas por igual entre los seres que animaban su superficie. Con derechos ejercidos desde los afectos, que no dañaran otros derechos. La sonrisa elevada a tiempo, sanadora, consistente, real. El abrazo contenedor que arrasara soledades. La paz interior que acortara distancias, derrumbara prejuicios.

Soñaba más de lo admisible. Soñaba sueños que nunca debieran dejar de soñarse, en ellos residía la vida que merecía vivirse.

Para ella, por íntima convicción, seguirían existiendo ángeles, duendes, hadas de magia sin fin. Seres de alas transparentes dispensadores de diamantes  de ilimitadas facetas. Milagros. Glicinas trepando jardines, resguardando aromas de infancia.

Sin embargo, no ignoraba ese mundo poblado de miradas indiferentes elevado junto a ella; apuntalaba realidades disonantes.

Ella, jamás, daría pie a sus imbecilidades.

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