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Siembra

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    Llueve. Evoco el jardín perdido. Recuperar tus rincones, aquellos que demostraban realidades; esos, lluvia, que ayudaste a revivir. Sembré en tu desértico llano cada una de las semillas bendecidas. Acaricié los retoños. Hundí las raíces en la tierra preparada   para recibirlas. Y fueron frutales generosos, fresnos que nos cobijaron en las siestas veraniegas. Rocé con mis manos sucias de barro las rosas blancas, recreadas en cada primavera junto a aquellas otras maravillas que nos donaban perfumes y colores, mimaban nuestras horas., día a día. Arboleda donde aves pampeanas y de otras tierras distantes, se adueñaban del ramaje y del cielo con vuelos alocados y una que otra batalla emplumada por derechos adquiridos. Creciste año a año, rodeaste la casa. Cada ladrillo aumentó esperanzas, concretó ilusiones. Entrañable mezcla de cemento, naturaleza viva y amor. No fuiste nada más que verdor resucitado; el afecto ganaba espacio y vida. El devenir de los tiempos embelleció aqu

Realidades

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  Añoraba aquellos domingos invernales. El sol entibiaba las calles descuidadas de una Buenos Aires por naturaleza gris. Un conjunto de muchachas cantarinas recorríamos senderos interiores con mayor rapidez que nuestros pies kilómetros de asfalto. De tanto en tanto, nos parábamos en una esquina cualquiera y desechábamos ocurrencias arrojadas al aire. La risa espontánea destruía asomos de dudas. La carcajada perdonaba desaires; lejanos los días del mañana. Buenos Aires nos abarcaba, nos llevaba gozosas por avenidas anchas que circundaban palacios imitadores, a sabiendas, de arquitecturas parisinas; espacios compartidos con altas torres edilicias también heredadas de otros lares. El atardecer pintaba luces de fuego en las plazas y parques; relumbraba sobre los álamos, plátanos, jacarandás; desbordaban calles. La noche temprana nos devolvía a los suburbios. Regresábamos al encuentro de lo poco o mucho   que nos pertenecía, la realidad a veces querible del hogar; en la mayoría

Decires

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    Si mi almohada te contara... ¿Qué? Los torbellinos de mis pensamientos. Las esperanzas mil veces reconstruidas. Las mañanas sin respuestas; ilusiones que no fueron. La ausencia de bienes esperados. Contarte. ¿Qué?

La Sombra

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  Era una mujer bonita. Andaba lentos caminos interiores, ignorados aún por ella, por los que la conocían desde siempre y desde este hoy confuso. El viento colérico desordenaba sus cabellos, cubrían insistentes los ojos dorados que, por momentos, reflejaban el oscuro verde   indómito del mar patagónico; la risa solía chispear en ellos. Su edad, la indefinida de los que ya pasaron las certezas primeras. La arena caliente castigaba las piernas desnudas. La mano balanceaba al caminar las sandalias que poco antes se quitara. El sol enrojecía el cielo azul sin nubes. Respiraba el aroma salobre que las olas aventaban y ensanchaba su pecho; corría tras ellas, intentaba retenerlas con los pies, jugaba, reía festiva. Sin verla, la percibió. La sombra la alcanzó, pasó veloz a su vera y la dejó atrás. Ladeó la cabeza para verla mejor, la sonrisa suspendida. Descubrió los   cortos pelos blancos, sucios de tiempo y abandono; iba detrás de un objetivo preciso. El instinto y el viento impulsaba