Recuperar bienes

 


Había que salir. Había que buscar un motivo plausible que ayudara a enfocar los días con el ánimo resuelto, la voluntad dispuesta, la luz despejada de cuando todo es seguro.

Al poner el pie derecho fuera de la cama suponía que el mundo esperaba dadivoso. El camino recto conduciría hacia lo pretendido. Sólo tenía que proponérselo. No importaba si las manos de los que estuvieran o anduvieran a su lado, se abrieran dispuestas a dar o se replegaran negando.

Tampoco importaba demasiado quien pusiera el brazo sobre sus hombros ni quien hablara junto a su oído palabras alentadoras, ni siquiera si otros pasos se unían acompasados a los suyos. No importaba, o tal vez sí, pero no eran imprescindibles; no lo harían detenerse.

Todavía bastaba con su segura flexibilidad interior libre de supuestos. Deseaba ir al encuentro de los bienes que extraviara, recobrar sus derechos.

El trueno estalló quién sabe dónde, seguido por el zigzagueo violáceo. La mañana cálida, lluviosa. Tampoco importaba.

Recuperaba determinación, firmeza. Sólo eso importaba.

Caminos de gracias ilimitadas se abrían para él, serían suyos, iría tras ellos. Sabría dar a cada cosa su lugar, a cada quien sus merecimientos.

La tormenta se disipó.

El arco de infinitos colores trazó el semicírculo en cuyos extremos se escondían tesoros incontables.

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