Signos

 


El techo centellea amarillos tenues. Sol tempranero filtrándose a través de las maderas. Escondido el cristal de la ventana.

Reaparecían pensamientos dispersos. Complejidad entrelazada a pocas letras. Infinidad de veces había ignorado su trascendencia.

Abrió los ojos. Inquieto, giró la cabeza sobre la almohada. Cuatro letras habían revuelto su vigilia.

Habían sido convocadas ayer por determinado relato que leyera al pasar en aquel libro que alguien dejara sobre su escritorio.

Escapó de la tarea diaria. Recorrió calles perseguido por la palabra contundente, breve.

La intuyó desposeída en la mirada perturbada del alcohólico encogido en un rincón de la recova antigua. La atravesó rápido. No ver. No más de lo visto.

Cuatro símbolos asomados a los ojos del niño abrazado a las rodillas de su madre. Reflejados en el cachorro lamiendo la mejilla de la mujer.

Resonando en el grito agudo del que pasó corriendo a su lado hasta perderse en la avenida larga.

Cuatro letras volando junto al benteveo quejoso. Asomando tras el verdor maduro del fresno.

Ignoradas en su casa vacía; allí nadie lo esperaba.

Esa mañana su cabeza rechazaba todo razonamiento, y sin embargo no dejaba de hacerlo. Razonar. Seguir en la cama un poco más. La pereza aconsejaba a su favor.

Enlazó las manos detrás de la cabeza, estiró las piernas debajo de las sábanas. Permitió que ellas ondearan, acunaran reflexiones; que llegaran a él, medidos pasos, enredados a hilos invisibles. Enraizados a delirios pocas veces generosos.

Cuatro letras manifiestas en ocasiones. Ilusorias en otras.

Habían frecuentado sus penas, alegrías, su egoísmo. Lo reconocía sin proponérselo.

Cuatro letras expresadas en cada ser viviente. En la infancia inaugurada, la juventud versátil, adultez noble.

Se expandían en la verdeante naturaleza, tierra fértil, aguas devolviendo riquezas; allí florecían. Infinitas gamas.

Cuatro letras elevándolo. Atravesaron su puerta aferradas a huellas profundas. Posiblemente le entregaron mucho más de lo que él a cambio entregara.

Arrojó finalmente las sábanas a un lado. Apoyó los pies desnudos en el piso.

Fue hacia la ventana. La abrió. El sol hirió sus ojos.

Viento caliente adelantaba la jornada sudorosa.

No había descubierto nada nuevo, nada que no fuera pensado, escrito, dicho.

Simplemente había remontado ansiedades.

Al anochecer quizás alcanzara estrellas y se atreviera a nombrarlas.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Sutilezas

El gran don