Lo inesperado


Estaba frente a lo insólito, como tal, inesperado, doloroso.
No conseguía aceptarlo, tampoco podía defenderse.
Ningún argumento serviría para avalar su verdad, para demostrarla en base a hechos concretos.
La torpe risa amarga escapó de su garganta. Apretó los labios. Abundantes lágrimas rodaron por su rostro. Las dejó correr, quizás la aliviaran, quizás no.
La opresión en su pecho aumentaba.
No alcanzarían reflexiones, ni siquiera los por qué para entender lo sucedido.
Haría falta mucho tiempo, mucho más de lo supuesto.
Tiempo que jamás sería suficiente para descartar sospechas, incredulidades, ofensas, enconos injustificables.
Dos adultos frente a frente, dos seres que compartieran vida, sentimientos profundos, profundo respeto.
Todo se había perdido, como perdidas estaban las pruebas que ella misma, impulsiva, cancelara.
Podía más la duda atolondrada del otro, engendraba desconfianza.
Podía mucho más que lo compartido en años de mutua entrega.
¿Cómo era posible que así fuera? Sin embargo, lo era.
La duda primaba sobre lo vivido.
Bastaba una pequeña cajuela luminosa, que en apariencia conectaba amigable a unos con otros, para destruir la fe del uno hacia el otro ante un supuesto engaño que únicamente urdiera una mente oscura. Retorcidas acusaciones nacidas de insanos pensamientos.
Aquella tarde había recurrido al moderno Hermes mitológico, para enviar afectos a quienes desde hacía largos meses no recibían las tibiezas reales de sus abrazos.
Reclinada en el sillón, sonreía al hacerlo, imaginaba a cada uno de ellos en sus diferentes ocupaciones, en ocios festivos.
No vio la alta, macilenta figura amparada en las sombras del pasillo que conectaba con la amplia sala desde donde ella, se refugiaba en añoradas lejanías.
Nunca pudo comprender su propio sobresalto.
La extraña, repentina angustia, lo inexplicable de sentirse sorprendida en falta aun no teniendo nada que reprocharse, nada que ocultar, como si ocultar debiera.
Tampoco pudo explicarse, explicarle, los motivos ciertos de su instintivo gesto nervioso que la impulsara a borrar inconscientemente aquel simple mensaje que la habría salvado de injustas recriminaciones.
El percibió su estúpido gesto temeroso, bastó para desatar su repentina ira.
Los arrastró a los dos hacia el final sin retorno.
Asombrada, indefensa, no hallaba palabras, gestos que probaran su inocencia.
Tampoco acertaba probar que los engaños por los cuales él insistía en acusarla, anidaban en sus extraviadas fantasías.
De la nada surgió lo irremediable. La definitiva distancia instalada por siempre entre ellos, vibraba en el entorno como si un maligno hado los impulsara hacia la mutua destrucción.
Ahora, en otro solitario mundo, todavía se preguntaba si lo sucedido no había sido algo más que la nefasta magia, sino la obra por él mismo creada para alejarla de su lado, amparado tras realidades que nadie más que él tejiera a su alrededor.

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