Luna otoñal.
Naranjas, sepias
dorando ciudades.
Bruñendo lejanos campos,
florestas.
Salpicando caminos del ayer,
del hoy, de siempre.
Senderos enrojecidos
allá donde el arce
sacude ramas.
Crepitan sus hojas
en los entornos,
desvanecido rubor.
Luna de abril,
asciende hacia la noche,
cuajada de diamantes.
Su luz, domina infinitud.
Sutilezas
Tejido enmarañado, resistente, muchas veces obtuso. Arropa o desnuda nuestra existencia, tiempo, distancia. Trama sutil que nos une a través de los días de nuestra vida a lo ignoto. Más allá de lo previsto, de aquello que en nosotros alumbre o no alumbre, nos abarque desde siempre. No sé hacia dónde nos conduce, no sé qué nos espera, qué hay más allá de la añoranza. De esta manera ancestral de querer esperar lo probable, lo improbable. A pesar del desgarro, de la nada que nos asola y a la vez intenta acercarnos a la esperanza, contra todo riesgo, soslayando el cansancio. Allí, en ese ámbito que se abre luminoso, allí es donde se tejen las hebras de la constancia, de la perseverancia, del bien previsto.
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