El niño cruzó
charcos.
Hundió sus
desnudos pies
en el lodazal.
Chapoteó en él.
Gozó de la blandura
que lo atrapaba.
Un pie después
de otro.
Saltando libre.
Salpicó el lodo
su rostro, sus brazos.
Sus ropas pringosas
colgaron pesadas
de su delgado cuerpecito.
El niño cruzó
charcos, más charcos.
Olvidó consejos,
reproches.
Reía, libre reía.
Venturosa rebeldía.

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