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  Duendes al anochecer. Encienden hogueras, a sus llamas danzan canciones arcaicas. Adormecen flores, sosiegan aves. Abrazan tallos, miman follajes. Sobrevuelan estrellas. Descienden luminosos refugiándose en tierras de hadas somnolientas.  

Desconcierto

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  Cómo sucedió, por qué llegó a eso. No existían en su confusión el mínimo indicio que le develara ni el cómo ni el por qué. Sucedió. Con eso debía bastar. No bastaba. Estaban reunidos alrededor de la mesa; desayunaban. Concentrados en la charla diaria, esclarecían circunstancias que ninguno de los dos tenía el poder ni la capacidad de transformar. Era un momento íntimo, como lo eran por lo general aquellos en los que estaban juntos, lejos del peso de las obligaciones. Vivían en ese juego instalado en el que se convirtiera, juego de a dos que no de a uno. Ella, monólogo sereno. Él, hábil, lo propiciaba escudado detrás de su silencio conveniente, detrás de su aparente participación, detrás del monosílabo desgajado en risas. Hasta que ella decidió callar; encerrada en el silencio buscó sus ojos. No los encontró. Aquéllos no eran sus ojos, ni su piel, ni su buen talante, No era él. Aquel hombre apareció de pronto. La risa torpe que escapara anticipando su indiferencia provocó
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  Vivir, vivir. Hacer posible irrealidades. Rechazar incongruencias, palabras que hieren, el no permanente, el que daña. Deshabitarlos, liberar siempre.

Recuperar bienes

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  Había que salir. Había que buscar un motivo plausible que ayudara a enfocar los días con el ánimo resuelto, la voluntad dispuesta, la luz despejada de cuando todo es seguro. Al poner el pie derecho fuera de la cama suponía que el mundo esperaba dadivoso. El camino recto conduciría hacia lo pretendido. Sólo tenía que proponérselo. No importaba si las manos de los que estuvieran o anduvieran a su lado, se abrieran dispuestas a dar o se replegaran negando. Tampoco importaba demasiado quien pusiera el brazo sobre sus hombros ni quien hablara junto a su oído palabras alentadoras, ni siquiera si otros pasos se unían acompasados a los suyos. No importaba, o tal vez sí, pero no eran imprescindibles; no lo harían detenerse. Todavía bastaba con su segura flexibilidad interior libre de supuestos. Deseaba ir al encuentro de los bienes que extraviara, recobrar sus derechos. El trueno estalló quién sabe dónde, seguido por el zigzagueo violáceo. La mañana cálida, lluviosa. Tampoco import
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  Noches trasegadas, fuentes de fantasías ilimitadas, atraídas por despertares. Atolondrados bostezos del alma. Trasnochados propósitos Alientan matinales horas, el tiempo concedido. Bifurcan caminos en la convulsa marea de lo establecido.