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Mísera esencia

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Aquella nochecita regresaba a su casa después de un día grato, transcurrido en familia. En su mochila transportaba, además de objetos que suponía útiles, determinada paz en algún rincón impreciso; en otro, olvidada la desazón infaltable. Pensó en la bueno, en lo que no lo alejara de la armonía adquirida con tanto esfuerzo. Deambuló sin apuro por la avenida ancha, rumorosa. El viento barría las hojas crujientes, desnudaba plátanos, jacarandás, álamos. Obediente, ocupó su lugar en la larga fila de pasajeros que soportaban la demora de buses sin horarios fijos; en lugares donde el ventarrón arreciaba, canalizado en los ángulos entre calle y calle. Obligaba a esconder la boca tras el cuello alto del abrigo, insuficiente para el caso. Enfundó las manos en los bolsillos del pantalón. Movió los pies al ritmo de una danza sin ritmo; intentaba enviar calidez al resto de su cuerpo. El bus llegó media hora más tarde. Ascendió conservando el orden obligado. El asiento desocupado, mi
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Ibas, venías. Saltabas, saltabas. Hacia dónde ibas, por qué, para qué. Saltabas, saltabas. Llevabas bravos mares en la sangre. Anidabas pasión en el alma, en tu cabeza erguida. Ibas, venías. Saltabas, saltabas. En tus manos llevabas el sol. En tus ojos de cielo remoto, estrellas incendiadas.

Laberintos

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  Los miedos acucian. La ansiedad al tope de toda medida. Recorría laberínticos subsuelos de la caverna ancestral. La mente abierta en medio del caos, hundida en fantasías que nada tenían que ver con las fantasías y sí con los frutos de miedos acerbos, en apariencia injustificables. Los que existían desde siempre, brotados de semillas amargas. Había que transitar laberintos, abrir puertas, simplemente ver qué hallaba detrás de ellas. Tener el coraje aferrado con las manos abiertas. Anduvo cada uno de los túneles apenas iluminados por la claridad de extraña procedencia. Temblaba al empujar las maderas pesadas tras las que nacían nuevas galerías. Fueron largas horas, largos terrores sacudiendo las fibras del ser que era. Cada nuevo laberinto mostraba su desnudez, el vacío total. Delante del último portal su mano se resistió a empujar. Su otra mano libre sostuvo la que temblaba. Entre ambas abrieron. La luz cegadora lo invadió. Dejó que lo hiciera, se entregó a sabiendas. De
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  Lo cotidiano hoy. Lo cotidiano que no es. Lo que puede ser, lo que será o no será. Encadenadas circunstancias, las que rigen, las que obligan. Lo cotidiano que abruma, asola senderos. Y sin embargo, a veces cobija. A veces atrae pájaros de transparentes alas. Guían hacia el sol de las mañanas.