Mísera esencia
Aquella nochecita regresaba a su casa después de un día grato, transcurrido en familia. En su mochila transportaba, además de objetos que suponía útiles, determinada paz en algún rincón impreciso; en otro, olvidada la desazón infaltable. Pensó en la bueno, en lo que no lo alejara de la armonía adquirida con tanto esfuerzo. Deambuló sin apuro por la avenida ancha, rumorosa. El viento barría las hojas crujientes, desnudaba plátanos, jacarandás, álamos. Obediente, ocupó su lugar en la larga fila de pasajeros que soportaban la demora de buses sin horarios fijos; en lugares donde el ventarrón arreciaba, canalizado en los ángulos entre calle y calle. Obligaba a esconder la boca tras el cuello alto del abrigo, insuficiente para el caso. Enfundó las manos en los bolsillos del pantalón. Movió los pies al ritmo de una danza sin ritmo; intentaba enviar calidez al resto de su cuerpo. El bus llegó media hora más tarde. Ascendió conservando el orden obligado. El asiento desocupado, mi